Dos poetas
No hemos ocultado nunca en estos Desayunos lo mucho que nos gusta todo lo que escribe Iñaki Echarte Vidarte. Optimístico, su nuevo poemario en Baile del Sol, nos deja, como siempre, con ganas de más. Pero supongo que es una estrategia y que hace muy bien. Algunos poemas son tan escasos que solo tienen cuatro palabras, sin mayúsculas, sin signos de puntuación, pero dicen tanto con tan poco que un haiku parecería un soneto a su lado:
“reservo
los jueves
para
ti”
Sus mismas obsesiones de siempre: Madrid, que no es más que otro personaje omnipresente, que a veces es un monstruo y a veces un amigo, y el propio poeta, deambulando, buscando, siempre buscando, ¿amor? ¿****? (puesto que “amor no es una palabra que me guste pronunciar”). El metro, el autobús, el cercanías, los coches por la Gran Vía, el dolor por los escasos momentos felices, tan cortos, tan lejanos, la nostalgia anticipada por un futuro que aún no ha llegado pero que se teme, la rutina como tema para la poesía (¡qué difícil!) y la palabra precisa, la justa, la necesaria, el frágil equilibrio para no caer nunca en la ñonez de la poesía de adolescente enamorado que hace garabatos en el cuaderno, ni en la profundidad majestuosa y prepotente del poeta adulto.
“me duele verte
me duele dejar de verte”
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Eidilon I. Arcadia desolada, es también un poemario delicioso de Pedro Juan Gomila Martorell, poeta mallorquín, editado en La lucerna. Otro de esos poetas que se atreve a gritar lo que siente y a denunciar lo que odia.
“Todo el dolor del mundo
concentrado en una gota de odio puro:
muere tú el primero, macho alfa, …”
Y lo hace desde el nacimiento (“Nazco de tu vagina lata y dura”), pasando por una adolescencia hostil hasta que se atreve a gritar al mundo lo que es y lo que ama. Una denuncia en todo regla de la homofobia («¿Quién señala mi frente con la letra/color escarlata de la Diferencia«), un testimonio sobre el crecimiento personal que se deriva de aceptarse a sí mismo y un delicadísimo aroma kavafiano (se nota que sabe elegir las influencias: Cernuda, Pessoa y Kavafis, claro, pero también Julio Verne) que impregna sus versos tan perfectos, tan clásicos, tan elegantes como una escultura de Fidias.
“Sé que el tiempo borrará vuestras facciones,
mas seréis como fragancias mientras viva,
vosotros, amores, que aventasteis
las primeras ascuas de mis desvaríos”
Se agradece tremendamente que al final se incluyan unas notas sobre lo escrito, que a veces confirman lo sospechado y otras abren nuevos caminos a la interpretación, para volver a disfrutarlo más si cabe en una segunda lectura, que se emprende de inmediato.
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