Coral de carne
Nuestros lectores recordarán Majestad caída, la estupenda novela de Luis Antonio de Villena en la que a través de cartas, conversaciones, hallazgos, poemas y otros escritos, y fragmentos de una novela japonesa, descubríamos el mundo fascinante de Aníbal Turena, y su relación con los muchachos que le atraían: boxeadores, gitanos, esgrimistas… Aparece ahora felizmente Coral de carne, uno de los libros de poemas de Turena. Luis Antonio de Villena nos ha cedido amablemente su artículo sobre el libro, que adjuntamos.
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La afición por los raros suele llevar a dar con personajes perdidos, en muchos sentidos. Escritores o pintores con quienes la vida no fue justa y que siempre estuvieron mal anclados… De Aníbal Turena (1900-1950) supe por primera vez al leer un poema suyo, surrealista y en francés, en la tinerfeña y notable revista “Gaceta de Arte”, un número de 1935. Luego un gran novelista y crítico argentino, José Bianco, secretario muchos años de la mítica “Sur”, me mostró diversos poemas publicados en esa revista bonaerense en los años 40. Eran ya en español y el surrealismo había quedado atrás. Bianco y Silvina Ocampo, que era un ser fabuloso, guardaban cierta memoria de un español (de origen francés, dijeron) que llegó a Buenos Aires, exiliado, en 1940. Recordaban a un hombre pobre, que vivía de las traducciones incluso industriales, pero que tenía un aire refinado y un declarado esnobismo. Al parecer, en el Madrid de la anteguerra había tratado tanto con el “gratin” como con el lumpen… Y eso continuó haciendo en Buenos Aires. Solo que la “aristocracia” fue literaria y lo demás muchachos boxeadores que hallaba en galpones/gimnasios cerca de la Boca…
Confieso que al inicio, ficcionalicé al personaje en un cuento (con aire de ensayo) que Juan Bonilla recuerda en su prólogo y que se titula “Noticia de un desconocido: el poeta Anibal Turena”, en mi libro “Para los dioses turcos”. Pero la cosa cambió cuando, algo antes de morir, Bianco logró contactar con Emilio Blonberg, el joven que fue el último amigo conocido de Turena por allá. Por él supimos que, en una continua ansiedad, como quien está al límite de sus fuerzas, hacia 1948, Turena se había ido de Buenos Aires hacia el norte, Paraná o Misiones. Parece que lo tentaba el ejemplo terrible de Horacio Quiroga, el gran narrador que se suicidó en 1938. Como fuere (pues sólo hay conjeturas) Emilio dejó de tener noticias de Aníbal en 1950. La carta que le envió es una despedida, aunque no dice qué hará. Junto a la carta el mecanoescrito del libro de poemas en que había trabajado esos años, “Coral de carne”. Él no parecía muy feliz de que se publicara (sin negarlo). De algún modo, revelaba una intimidad sospechada pero no requerida. Cedió, más tarde. Ahora el libro (terminado en 1948, entre poemas de amor homoeróticos y cierta desesperación vital) acaba de salir en Renacimiento, con prólogo mío, de Juan Bonilla y de Amelina Correa, profesora de la Universidad de Granada y aficionada a los “raros”. Tiene un excelente libro/rescate sobre Melchor Almagro San Martín, modernista y al final historiador de la vida privada y a quien “Coral de carne” está dedicado. Fue uno de los amigos esnobs y malevos de Turena en el Madrid de la 2ª República… Suele decirse que, a veces estos raros (no hablo de su obra en prosa) atraen más por su vida que por su labor. Pero es una falsa dicotomía: ambas cosas deben leerse bajo igual prisma. En la obra está el individuo y a la inversa. Es un poeta nuevo y atrevido. Bonilla destaca los versos finales de una copla: “que quería algo eterno/ en dioses de madrugada.” El tema sigue abierto.
Luis Antonio de Villena
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