Regresamos
Pues aquí estamos de vuelta, queridos lectores de estos desayunos, después de un largo verano en el que han pasado tantas cosas que uno ya no sabe si es gay, persona, ser, ente o sencillamente Sandra. En cualquier caso, volvemos con ganas renovadas de que este espacio semanal se convierta en un recurso al que acudir para escuchar sugerencias sobre cine, literatura, teatro, música y cultura en general, siempre que tenga que ver con la no heterosexualidad, se trate o no de personas.
Y regresamos a uno de esos directores que no sabemos si amamos u odiamos, pero de los que hablamos constantemente: Ferzan Ozpetek. Allacciate le cinture (Italia, 2014) confirma esa deriva estilística de Ozpetek no sabe uno si hacia la fotonovela o hacia el cine “S”, llena de momentos vergonzantes (que cada vez son más, y que no dejan de tener relación con la mejor peor película de los últimos años, Io sono l’amore), y los que sentimos pudor hacia la pornografía sentimental tenemos que apartar de vez en cuando la mirada de la pantalla con rubor (ajeno). Y sin embargo… sin embargo nos pasa lo de siempre, que esos personajes estúpidos que no nos interesaban nada, cuando llega la tragedia (que llega), nos inundan con su buenismo universal, y esa música de película española de la Cantudo en los setenta invade nuestros corazones de duros críticos minimalistas y empezamos a llorar como cuando se murió Chanquete, gracias a dos escenas, bellísimas, de lo mejor que ha hecho Ozpetek nunca: la hija que fotografía constantemente a su madre y esa escena en el hospital en la que el marido, ese Antonio (Francesco Arca, que debería ser Patrimonio de la Humanidad ya), está tan preso de los estereotipos de su género que parece a punto de romperse. El delicioso flashback del final, nos libera del espectáculo escatológico que presentimos, y nos reconcilia una vez más con Ozpetek, al que no sabemos ya a estas alturas si estrangular o levantar un altar al que rezarle cada noche por el futuro del cine. Personajes gays y una historia que no lo es tanto, pero que analiza (y erotiza) al macho italiano de una forma que hace que el que suscribe no pueda evitar traerla a estos desayunos.
Mucho más evidente, divertida y tierna (pero no ligera) es Smiley, la obra teatral de Guillem Clua que se ha estrenado en el teatro Lara de Madrid y que viene precedida de un sonoro éxito en Barcelona. Y no será menos aquí. Aitor Merino y Ramón Pujol, interpretan a dos chicos muy distintos que se enamoran. El musculitos de gimnasio y el hípster tirillas que se atreven a cruzar (otra vez los estereotipos) la línea que separa sus mundos para descubrir que, al otro extremo de un hilo rojo/invisible atado a nuestros dedos, está el amor. Merino y Pujol están estupendos, que quieren que les diga: de Pujol uno se enamora a los tres segundos y de Merino a los treinta minutos, pero de eso se trata. Smiley es alta comedia elegantísima y romántica mezclada con momentos más prosaicos (algo que ha funcionado desde Aristófanes hasta Moix) y que puede gustar (y lo hace) a cualquier tipo de público: gays, personas, seres, entes o lo que sean.
Les anuncio además que esta misma tarde, en La Casa del Libro de la Calle Fuencarral 119 de Madrid (¡no la de Gran Vía, no se confundan!) a las 19:00 estaré presentando mi nueva novela Sebastián en la laguna, acompañado de Mili Hernández, Alberto Mira y Eduardo Mendicutti. Que no se lo pierdan.
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