El estadounidense Mike Pucillo, excampeón universitario de lucha, sale públicamente del armario
«La única razón por la que siento que es importante contar mi historia es porque sé que hay muchos otros como yo, en el instituto o a punto de entrar en la universidad, que practican la lucha, o juegan al fútbol, o al beisbol, o al baloncesto, o que no practican ningún deporte, que están luchando contra ello». Son las palabras de Mike Pucillo, que fuera campeón universitario de lucha, que después de años de reprimir su homosexualidad no pudo más y acabó confesándosela al que era su mejor amigo. La reacción de este le dio valor para salir poco a poco del armario. Ahora, con 28 años, un artículo acaba de hacer pública su historia, que ha decidido dar a conocer movido por el afán de ayudar a otros.
Han pasado ya un par de años desde que Mike Pucillo, seleccionado hasta en tres ocasiones como uno de los mejores luchadores universitarios de los Estados Unidos y que en el año 2008 llegó a ser campeón universitario en representación de la Universidad Estatal de Ohio, contó por primera vez a otra persona que era gay. Después de muchos meses de pensar en ello, se atrevió por fin a enviar un mensaje de texto a su mejor amigo, Reece Humphrey, en el que le revelaba lo que hasta ese momento nadie más sabía. «En ese momento me quité un gigantesco peso de encima. Nunca pensé que me sentiría tan bien solo diciéndoselo», afirma. «Reece siempre ha sido muy abierto de mente, y pensé que seguramente lo entendería», añade.
«Mierda, tío. Estoy realmente feliz por ti. No tenía ni idea, pero lo único que te puedo decir es que te quiero. No se lo diré a nadie. Es tu decisión, pero estoy llorando como un crío porque me hayas elegido para decírmelo el primero», fue lo primero que le respondió su amigo, compañero de equipo de Pucillo durante cuatro años, con el que convivió y del que fue uno de sus acompañantes de honor en su boda (groomsmen, figura inexistente en las celebraciones españolas, equivalente masculino a las «damas de honor»).
Poco después, su amigo se presentó en su casa, y ambos hablaron durante horas. Mike Pucillo se sinceró y le reveló toda la batalla interior que había vivido durante años. Para Humphrey fue toda una revelación. «Es el tío más masculino que conozco, el tío más duro. Si necesitas que alguien te arregle algo en casa, es tu hombre», comenta.
Fue solo el primer paso. De hecho, no lo contó a sus padres hasta hace poco más de un año. Lo hizo también a través de un mensaje, temeroso de la reacción de su padre. «Puede sonar cobarde, pero quería que lo leyera todo antes de que pudiera reaccionar. Simplemente me contestó ‘te quiero’. Y mi madre me dijo ‘no hay problema si tú eres feliz'». Una reacción mucho más positiva de la que él pensaba que tendrían.
Ahora The Open Mat, una publicación dedicada a la lucha libre, ha publicado toda la historia, tras entrevistar al propio Pucillo; a su amigo Reece Humphrey; al que fuera su entrenador Tom Ryan, un cristiano convencido al que tampoco parece importar ya mucho la homosexualidad de Pucillo («Mi primera creencia es ‘trata a los demás como quisieras que te trataran a ti. Es un mensaje simple, si crees en Dios», asegura) e incluso a alguno de su antiguos oponentes. La historia no es, de hecho, muy distinta a la de otras salidas del armario. Es fácil aún reconocer en Mike Pucillo argumentos típicos de aquellos que en parte se enfrentan aún a su propia homofobia internalizada. Pero de lo que no cabe duda es de que, en un mundo tan rabiosamente homófobo como es el deporte universitario estadounidense o el de la lucha -cómo no recordar en este momento las palabras del entrenador ruso Vladimir Uruimagov, que acusó a los activistas gays de estar detrás de la decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) de dejar fuera a dicho deporte del núcleo del programa olímpico de 2020 como venganza contra “la masculinidad” que la lucha representa- historias como las de Pucillo suponen un gran avance.
Pues alegrándome por otra persona que respira libertad. Que continúe así la cosa que los carcas y retrógrados nunca descansan.