Pedro Zerolo y la vida poética
A mí no me gustaban sus rizos. Nunca me han gustado los rizos, ni los de Pedro ni los de nadie. Por eso, la primera vez que lo vi completamente calvo le dije lo guapo que estaba, porque me recordaba a aquel Zerolo que conocí hace ¿veinte años? en un café de Chueca. Venía de alguna conferencia en el Retiro junto con su marido (con su viudo, hoy), pero por entonces no estaban aún casados porque no se podía. Y no llevaba rizos.
Le dije lo guapo que estaba, pero lo que querría haberle dicho es que no solamente le admiraba por su lucha constante a favor de los homosexuales, las lesbianas, las personas trans, los bisexuales, las mujeres, los desfavorecidos, los gitanos, el pueblo saharaui, por su ejemplo y por su visibilidad en aquellos años tan duros, su capacidad para comunicar, su templanza, su sensatez, su inteligencia, su sonrisa, sus ganas de ayudar siempre, su capacidad para la negociación, para el debate, eso que ya no vemos, eso que ya casi nadie tiene. Lo que querría haberle dicho es que lo que más me admiraba era su fortaleza ante una enfermedad que todo el mundo decía que era lo peor, que era incurable. Que estaba ahí, tranquilo, hablando muy bien, sonriente siempre, dando el tipo, valiente y yo… yo no sabría cómo reaccionar ante algo así, pero si alguna vez me pasara, si alguna vez me llegara la hora antes de tiempo (pero ¿no llega siempre la hora antes de tiempo?), me gustaría ser como él y llenar de poesía los muros (de facebook, de la ciudad), las paredes de mi casa, la vida de mis conocidos, de la gente que quiero. Porque eso muchos de ustedes no lo sabían: que Pedro Zerolo compartía constantemente la poesía con todos los que le rodeaban. No poesías escritas por él (él lo que hacía era vivir poéticamente, como también vivía políticamente), sino de otros, fragmentos que emocionaban, que aún emocionan cuando repasamos esas cuentas suyas de las redes sociales que tanto duelen hoy y que de tanto consuelo nos servirán en el futuro (espero que también a su marido, a su familia, a sus amigos, a sus compañeros).
Muchas veces, cuando muere alguien así, imagino que su familia, la gente cercana a él, no se llega a hacer una idea de lo que su figura, lo que representaba, hizo para ayudar a otras personas a las que ni él ni ellos conocían. Que hoy, en muchas casas, por toda la geografía, no solo aquí sino en el extranjero, se guarda luto y se llora y se recuerda. A lo mejor mañana no lloramos, seguro que en el futuro no lloraremos, pero déjennos hoy, un poco, aunque sea un poquito, llorar.
Gracias Pedro Zerolo.
elputojacktwist@gmail.com
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Precioso Jack 🙂
Trot