La magia de la honestidad: crítica de «El chico de las estrellas» y entrevista a Chris Pueyo (Peter Pan)
Pocas son las obras de autodescubrimiento capaces de sorprenderme hoy en día. No porque todas giren en torno a lo mismo ni porque cueste en absoluto encontrar verdadera calidad en ese terreno, sino porque la honestidad de las mismas siempre está lastrada por el rechazo de los autores a exponerse demasiado. Bien por miedo, bien por preferir alejarse de los fantasmas del pasado, los escritores de literatura LGTB suelen tratar la infancia y la adolescencia con indudable melancolía pero sin dejarse arrastrar por sentimientos que, en general, han preferido olvidar. No es este el caso de Chris Pueyo (conocido en Twitter como Peter Pan por más de 14.000 seguidores), quien ha decidido plasmar sus apenas veinte primaveras en El chico de las estrellas, una novela autobiográfica cargada de valentía y sentimiento recién publicada por Destino. Con mágica tinta azul, poderosa honestidad y una libertad que a veces se le va de las manos, Chris habla en primera —y tercera— persona de una realidad que conoce muy bien (la suya), pero cambia el clásico tratamiento de diario íntimo por uno todavía más directo con el que apela directamente al lector, combinando además la estricta realidad con una evocadora prosa poética que nos sume en un sueño del que no queremos despertar (una vez comenzado el libro, dejarlo a medias es casi imposible).
“Este libro está dedicado a todos esos chicos que tienen más amigas que amigos, su voz suena más aguda de lo normal y caminan distinto. A los niños a los que llaman maricón por los pasillos del instituto. A quienes los defienden. A todas aquellas personas que se marchan para volver. A los que cuando llegan, comienzan. A los valientes. Este libro está dedicado a todo el que amó incluso cuando ya no quedaban razones. Pero sobre todo, este libro es para ti, abuela. De acero inoxidable”. La dedicatoria con que da comienzo El chico de las estrellas se basta por sí sola para augurar que nos encontramos ante una novela escrita desde el corazón, una obra tan cálida como desgarradora con la que Chris Pueyo nos hace partícipes de sus más importantes recuerdos, instándonos a celebrar con él los pequeños instantes de felicidad, pero también a experimentar nosotros mismos la humillación, la desesperación y el desaliento acarreados por sus peores recuerdos, derivados todos ellos de una identidad sexual convertida por la sociedad en un doloroso lastre que sumar a una existencia capaz de ser suficientemente cruel por sí sola. Que se quiten la Celestina y el Quijote: esta es la novela que todos los colegios deberían nombrar lectura obligatoria; a fin de cuentas ¿puede haber algo más importante que aprender a ponerse en el lugar de alguien a quien la vida se lo ha puesto tan difícil desde la más tierna infancia? ¿…más importante que comprender el sufrimiento que acarrea un simple “maricón” murmurado por los pasillos del colegio?
Mas la fuerza de El chico de las estrellas no reside sólo en hacer experimentar lo que Chris ha vivido a quienes no pueden ni imaginarlo, sino que la obra tiene todavía más poder de cara a todos esos lectores que, habiendo pasado por experiencias muy similares (que, como los autores que mencionaba al principio, quizá hayan conseguido reprimir), se encuentran por fin a sí mismos en las valerosas páginas de una novela que desearían haber tenido entre las manos mucho antes. Lo pasado, pasado está, pero resulta maravilloso saber que las nuevas generaciones tendrán en este libro una escapatoria con la que terminar aprendiendo que, al final, aceptarse a sí mismo es el único camino posible. Y así es como un chico que floreció gracias a la anonimidad de Twitter decidió dar un paso al frente para crear “un libro para los que aún se atreven a ser lo que son, arriesgándose a perderlo todo o a ganar sin límites”, como él mismo afirma con esa seguridad que el tiempo parece haberle granjeado. Y así es también como, durante las 208 páginas de El chico de las estrellas, deseamos con todas nuestras fuerzas que ese pequeño Peter Pan alcance la felicidad que tanto se merece, conscientes de que su historia no es solo suya, sino de todos nosotros. Gracias, Chris, por regalarnos una novela tan bella como necesaria que tantos otros podríamos haber escrito —con otras sensaciones y otras palabras, por supuesto— de haber contado con tu valentía.
Os dejo con mi entrevista a Chris Pueyo, autor de El chico de las estrellas, que tuvo lugar, como no podía ser de otra manera, en La Ciudad Invisible. Por cierto, la presentación oficial tendrá lugar mañana, 5 de diciembre, a las 19h00 en la FNAC de Callao; será un evento muy especial al que os animo a asistir (yo no pienso perdérmelo). Pero, si vivís lejos, también podéis hacerlos con vuestro ejemplar en Amazon e incontables librerías.
El chico de las estrellas es tu vida plasmada en papel. ¿En qué momento decidiste lanzarte a escribir tan personal libro?
Tras una ruptura sentimental. De hecho el final del libro marca el comienzo de la escritura del mismo. Creo que no cuento nada nuevo si digo que un corazón roto es la clave: te salpica mucha más tinta. Me puse a escribir para evadirme y olvidarme de esa persona, pero empecé por la infancia porque descubrí que había muchos traumas que recordar (y superar). De hecho, El chico de las estrellas empezó como diario, no libro.
Entonces, ¿desde el principio decidiste escribir sobre toda tu vida?
Al principio iba tratarse de entradas de mi blog, El desván del duende, porque me parecía complicado escribir una historia con hilo narrativo. De hecho lo que escribo no tiene hilo porque no me sale empezar por la mañana, terminar por la noche y contar lo que ocurre entre medias. Estoy más cómodo hablando solo de esos pequeños momentos interesantes, los que destacan por sí solos porque me gustan (o me disgustan).
¿Y qué público tenías en mente mientras escribías?
Creo que tengo un público muy heterogéneo porque de pronto me pongo infantil y hablo de Peter Pan como hablo de sexo (creo que es importante hablar de sexo porque en la vida hay sexo y es clave para la evolución de algunos personajes). No sé categorizar a mi público. No tengo ni idea de a quién va dirigido: a quien le guste, supongo. U, ojo, a quien no.
¿Todo, absolutamente todo, es verdad?
Te lo digo de corazón: es todo verdad. De hecho envié la novela con fotografías reales de mi vida para que la editorial viera que no me invento nada. No puedo publicar las fotos, porque implican a terceros. Pero todo es real. Quien lo dude puede leerla y juzgar por sí mismo.
¿Hubo algo que dejaras fuera del borrador final?
Sí, hay cinco capítulos fuera, de hecho. Por ejemplo, hay uno que me parecía demasiado morboso; se llamaba “Marica”. Hay otro enredaba la trama más; se llama “Velas en la ventana”; en él mi ex vuelve, pero supone volver a empezar y no aporta nada. Creo que el mensaje está claro sin ellos. Menos es más.
¿Y hubo algún personaje de los que mencionas al final del libro que te hubiera gustado incluir?
Claro: Daniel Ojeda e Irene Galindo, dos de mis mejores amigos ahora. Pero, claro, el libro termina a mis veinte años, tras la ruptura, y, aunque me hubiese encantado que ellos formasen parte de él por lo importantes que son en mi vida, sencillamente no cuadraban. Sus capítulos son posteriores la historia que cuento.
¿Te planteas escribir una continuación donde sí aparezcan?
No, porque me parece que sería deshonesto contar veinte años de mi vida en un libro y aprovechar la fama del mismo para contar otros dos en otro libro. Igual con cuarenta años escribo El señor de las estrellas y hablo de los siguientes veinte: ¿qué fue de “Lady Madrid”, por ejemplo? (sí, ahora somos amigos). Y luego escribo El viejo de las estrellas con sesenta y completo trilogía [risas]. Pero ahora mismo no me planteo una segunda parte de El chico de las estrellas, sino otras cosas.
¿Tienes otra idea para otro libro, entonces?
Sí, aún en el aire. No descarto la poesía.
¿Y hay algo que te plantearas quitar de El chico de las estrellas y al final dejaras?
Pensé en evitar el personaje de mi madre, para evitar efectos colaterales. Lo malo de escribir verdades es que, claro, cuentas cosas [risas] y habrá gente a la que no le guste. Yo, pese a todo, quiero a mi madre: simplemente creo que ella no supo hacerlo mejor. Pero al final decidí incluirla siendo lo más honesto posible. Espero no hacerle daño, aunque supongo que es inevitable.
¿No sabes qué reacción ha tenido? ¿No lo ha leído?
O sí… Yo no lo sé. No hemos hablado, sinceramente.
¿Y qué me dices de los personajes de la historia que sí lo han leído?
Pues lo ha leído “la arquitecta de sonrisas”, “la chica del reloj de pulsera”, “la dama de hierro”, “la mujer de las velas”… Y, quien no menciono, no lo sé.
¿Cómo se sienten al salir en un libro?
Guay, la verdad. Les hace mucha ilusión y les gusta que hable tanto de lo bonito como de lo que no lo es tanto. Y mi abuela está muy orgullosa de mí, claro, y eso para mí lo es todo.
¿A nadie le ha molestado algo que hayas puesto de ellos?
Seguro que sí, pero yo no lo sé [risas].
¿Sabían ellos que salían en el libro mientras lo escribías?
No, yo creo que fue sorpresa [risas]. No estaba planeado, la verdad. Ni siquiera lo estaba ponerme a escribir… Y de hecho, cuando terminé el libro, ni pensé en editoriales, sino que fui directamente a Amazon para autopublicarme, porque sentía que había gente en la red con ganas de leerme. “Si a mí me gusta leer y a la gente leerme, ganamos todos”, pensé. Pero el destino hizo que Irene Lucas, de la editorial Destino, me agregase en Facebook y me dijese: “quieto, Christian, mándamelo a mí porque igual nos interesa”. Se lo envié y al día siguiente me llamó: “publicamos”. Y claro, un mar de lágrimas. Fue un día muy bonito y fui feliz.
La edición del libro es muy peculiar: letras azules, frases sueltas… ¿Lo imaginaste así desde el principio?
Sí, la idea fue mía porque las entradas del blog siempre las he escrito así: un libro son palabras y depende mucho cómo las pongas. En cuanto a la fuente en azul, yo hablo en el libro de que las paredes de tu habitación deben ser como el color de tu alma, así que decidimos dejar la letra en azul.
El libro está narrado de una forma muy peculiar, combinando primera y tercera persona, realismo y lirismo, ¿te planteaste otro tipo de narración?
La verdad es que no sé escribir en una sola persona. La decisión narrativa es más incapacidad que talento. De hecho, mi primer borrador mezclaba ambas personas, con lo que decidí hacerlo así, pero aposta: como no sé narrar con narrador omnisciente ni tampoco recurrir todo el rato a la primera persona, lo combino todo para poder contar lo que me pasa a mí mismo como Christian y lo que le pasa a El chico de las estrellas como mi alter ego.
¿Así nació “el chico de las estrellas”?
Mi alter ego empezó llamándose “el niño que sopló a la luna” (en San Juan siempre soplo a la luna y se me cumple todo, la verdad), pero una amiga me denominó “el chico de las estrellas” porque cada vez que me mudo dejo las paredes de mi cuarto llenas de estrellas luminosas, y me pareció poético pensar en esa hilera de casas llenas de estrellas que he dejado atrás. Me encanta la idea de que de repente un inquilino se encuentre su nueva habitación llena de estrellas.
¿Y qué referencias literarias has tenido?
A nivel narrativo, hablaría de El mundo amarillo, de Albert Espinosa, porque es muy poético, pero soy más de cantautores y poetas. En libros sigo siendo infantiloide: me gusta la obra de los hermanos Grimm, Andersen, Perrault…, o sea, los cuentos de hadas macabros, el lado oscuro de Disney. Y de ahí salto a cantautores como Sabina o poetas como Irene X.
¿De dónde te vienen entonces las ganas de escribir?
De las ganas de curarme. Vi en un folio una huida: mirar dentro de lo que no se ve ayuda mucho. A veces llego a casa enfadado o triste, me pongo a escribir y entiendo lo que me pasa. Me quedo a gusto.
¿Por eso entraste en su día en Twitter?
La verdad es que sí: ahí encontré gente parecida a mí lejos de mí. No era tan sencillo encontrar a chicos homosexuales en mi pueblo, donde todos se metían conmigo. Me sentía solo y a través de Twitter fui creando un imperio de gente que me entendía (unos me ayudaban a mí y yo ayudaba a otros).
¿Sabían quienes te conocían cuál era tu perfil?
Tenía mi seudónimo y solo mis amigos cercanos lo sabían. Pero al final decidí dar la cara y poner mi nombre real.
¿Y aprovechaste Twitter para salir del armario?
Empecé poco a poco a hacer referencias escondidas, enrevesadas. Hay una entrada en El desván del duende llamada “Los descosí” (recuperada en el libro) donde cuento a la psicóloga que soy gay, aunque la propia entrada no deja claro que estoy hablando de eso.
¿Y cómo te ha ayudado Twitter, a nivel personal y profesional?
Twitter me parece una plataforma de visibilidad tremenda. Mucha gente pensará que los seguidores son una mera colección, pero yo creo que no está reñido lo comercial con el talento: la red está llena de talento. Y Twitter le da alas.
¿Crees que habrías llegado a escribir este libro si no fuera por Twitter?
Creo que no habría llegado a escribir este libro de no ser por nada de lo que me ha pasado: si no llegó a romper una relación, criarme con mi abuela, tener Twitter… Todo lo que me ha pasado ha ayudado a que este libro sea real.