El crimen de ser quien eres: crítica a «Voces en el silencio» y entrevista al dramaturgo Carlos Jiménez
El 19 de julio de 2005, dos homosexuales fueron colgados de una grúa en la ciudad iraní de Mashad acusados de violar a un chico de trece años. Ellos eran Mahmoud Asgari y Ayaz Marhoni. Y apenas contaban diecisiete primaveras. Como tantos sucesos similares, este terrible hecho habría pasado desapercibido de no ser por la difusión de las fotografías del ahorcamiento por todo el mundo, que instaron a distintas organizaciones de derechos humanos iraníes e internacionales a poner en entredicho la veracidad de los cargos imputados, el cumplimiento de las garantías procesales y la ejecución de personas que, en cualquier caso, habrían cometido el delito siendo menores de edad. Todo ello llamó la atención sobre una realidad aún más grave: en Irán, la homosexualidad —sí, esa irremediable parte de la identidad— se castiga con la pena capital. Ya ha transcurrido una década desde aquellos horribles hechos, pero, no sólo no han sido olvidados, sino que sí repetidos: el 6 de diciembre de 2007 Makwan Mouloudzadeh fue ahorcado por el mismo motivo. Y muchísimos más lo habrán sido sin que nos enterásemos siquiera.
A raíz de esta espantosa realidad, José Manuel Lucía Megías publicó en 2012 el poemario Y se llamaban Mahmud y Ayaz dentro de la colección Transatlántica de la editorial madrileña Amargord. A él debemos la obra teatral Voces en el silencio, estrenada en junio de 2014 y presente ahora en el Teatro Biribó de Madrid, donde la disfruté el pasado sábado. Y, pese a la reticencia que me granjea la dramaturgia contemporánea, me encontré ante una obra muy digna que indudablemente merece mayor difusión. En ella, Daniel Migueláñez y Alfonso Gómez encarnan con carisma a los amantes de una trágica historia cuyo final, tristemente, ya conocemos. Bien dirigidos por Carlos Jiménez, ambos dan cándido vigor al potente texto, ganándose la atención del público con rapidez (y, lo que es más difícil, no perdiéndola nunca). Empero, es indudablemente el tercer personaje en discordia el que convierte la obra en una experiencia memorable, ayudándola a distanciarse del mero recuerdo de los conocidos hechos. Así, una misteriosa mujer acompaña la acción a modo de narradora, otorgando a la historia gran ímpetu al dar voz a quienes no la tienen. Sugerente y poderosa, Elisa Marinas saca gran partido al maravilloso papel, imprescindible para sumir al público en un doloroso sueño del que despertará sin ser el mismo.
Voces en el silencio es un bello ejemplo de la fuerza del teatro para mostrar hechos que, verdaderamente, necesitan ser contados. Y lo hace de un modo poético que, lejos de arrebatarles credibilidad, les otorga mayor sentimiento, profundidad y trascendencia. Ciertamente, la obra se vuelve algo reiterante en ocasiones, pero esa es una decisión deliberada que le ayuda a grabarse en la mente del público, acentuando el estremecimiento. Como suele suceder en el teatro contemporáneo, la ambientación es parca y la comodidad de las butacas mejorable, reposando todo el peso en el talento de los intérpretes; pero, a diferencia de otras tantas, esta obra ofrece una cuidada puesta en escena para una conmovedora historia que no debe caer en el olvido, conjugando de forma notable la belleza del arte con un carácter reivindicativo que, en pleno siglo XXI, hace más falta que nunca.
Os dejo con mi interesante entrevista a Carlos Jiménez, dramaturgo y director de Voces del silencio, con quien he hablado del desarrollo de la obra y la situación que atraviesa el teatro contemporáneo.
¿Cómo surgió Voces del silencio?
Voces en el silencio surge de la lectura del poemario Y se llamaban Mahmud y Ayaz que José Manuel Lucía escribió a raíz de la aparición en prensa del hecho luctuoso que trata la obra: la ejecución de dos jóvenes en Irán, colgados de una grúa, en medio de una plaza abarrotada de testigos y acusados de ser violadores de un niño de 13 años, excusa que ocultaba la persecución de los homosexuales. La propia estructura del poemario me motivó para proponer a José Manuel Lucía la creación de una obra dramática que se moviera en las coordenadas del poemario, que estaba escrito con la voz de los reos más seis voces que denunciaban este terrible asesinato. Escribí una primera versión aglutinando las seis voces en la voz de la mujer y una segunda versión, la actual, en la que invité a José Manuel a escribir algún poema adicional no incluido en el libro original, añadiendo yo en la dramaturgia una primera escena basada en un poema propio. Ambas versiones se estrenaron en el Teatro Fernán Gómez, dentro del ciclo Los Martes Milagro, que comencé a dirigir en enero de 2013 con el objeto de acercar la poesía al público a través del teatro.
Sin ser protagonista, el rol de la única actriz es clave, ¿cómo se desarrolló este papel?
El rol de la mujer cumple dos funciones en la obra: por un lado, aglutina las “otras voces”, las voces de denuncia de estos hechos frente al silencio de Occidente, y por otro, representa otro tipo de discriminación: la de las mujeres en este tipo de sociedades que condenan al ser humano por su condición o por discriminación de género
¿Crees que existe el «teatro LGTB»? ¿Lo aplicas a tu obra?
Existe el teatro, cuyo origen está en mostrar los comportamientos humanos y sociales, que se muestran a través de diferentes temáticas. Creo que la mayoría de las obras que se han escrito con temática homosexual no tienen precisamente un carácter reivindicativo. El teatro burgués, cuando ha tratado el tema de la homosexualidad, no ha sido precisamente para reivindicarla, sino para ridiculizarla, que es el modo de condenar lo políticamente incorrecto. No obstante, no pretende ser enmarcada en ese contexto. Voces en el silencio trata del mutismo frente a la barbarie que supone asesinar a dos seres humanos por el mero hecho de amarse. Es una denuncia de las miserias del ser humano, de su comportamiento frente a otros seres humanos por ser “diferentes”. Da igual que sean negros, o mujeres, u homosexuales o pobres.
¿Cómo fue el proceso de casting? ¿Qué experiencia previa tenían los intérpretes?
Dentro del desarrollo del ciclo Los Martes Milagro se realizaron diferentes convocatorias para la elección de actores. Del primer casting se seleccionó a Elisa Marinas y a Daniel Miguelañez, que han venido trabajando en diferentes montajes del ciclo. En el caso de Alfonso Gómez, se le seleccionó viéndole trabajar en una obra dirigida por Jesús Amate, que es el otro procedimiento para la selección de actores: el ojeo.
En comparación con otras artes, ¿qué armas posee el teatro (y cuáles le faltan) a la hora de retratar este tipo de temas?
El teatro siempre ha tratado las grandes pasiones universales que afectan al ser humano: el amor, el odio, la envidia, la lucha por el poder. Es la herramienta idónea para encarnar las miserias humanas y sociales. Con ese objetivo nace el teatro en Grecia.
¿Qué opinas de la situación actual del teatro? ¿Qué aporta el teatro contemporáneo en oposición al teatro clásico?
Sobre la situación actual del teatro se podría escribir una tesis. Desafortunadamente, se ha mercantilizado en demasía. La crisis económica también afecta al teatro: se ha polarizado el sector, ha irrumpido otro modo de llevar obras a la escena en un afán de supervivencia de los profesionales del sector. Las administraciones públicas, en otro tiempo motores de la creación, han comenzado a actuar con los mismos criterios que el sector privado, buscando la rentabilidad económica, a costa de abandonar el criterio de rentabilidad social del arte.
¿Qué recepción ha tenido la obra?, ¿qué futuro le espera?
A quien la ve, le gusta, le emociona. Las dos veces que se ha representado en el Teatro Fernán Gómez se ha colgado cartel. Actualmente, en la sala Biribó no está yendo mal de público. Respecto a su futuro, es una incógnita. Se han interesado por la obra en Argentina y Uruguay. Esperemos poder hacer gira. Para la venta en España va a ser más difícil: no hay “caras de la tele” en escena.
¿Qué planes próximos tienes?
Actualmente estoy escribiendo una obra sobre un personaje que me resulta muy interesante: Gabrila Mistral. Una poeta que hay que reivindicar como bastión de nuestra lengua. Se estrenará en mayo en el Teatro Fernán Gómez, dentro del ciclo Los Martes Milagro.
Me gustó mucho la estructura y la fuerza de la voz de esta obra. Se la recomiendo a todo el mundo.