Ficción sobre uno mismo: críticas de «Otra vida para vivirla contigo» y «Furias divinas» y entrevista a Eduardo Mendicutti, autor LGTB de referencia
Nacido en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) allá por 1948, Eduardo Mendicutti obtuvo el premio Sésamo con su primera novela (Tatuaje, 1973), la cual fue empero censurada a raíz de su contenido homosexual. Su segunda obra (Cenizas, 1974) vio la luz por entregas en la revista Garbo; siendo Una mala noche la tiene cualquiera (1982) su primer libro publicado como tal, tras el cual ha publicado catorce más, a menudo acompañado de la editorial TusQuets (toda una garantía de calidad). Abiertamente homosexual y nada temeroso de plasmar su vida en las páginas de sus novelas, Mendicutti se ha convertido en una de las principales voces de la literatura LGTB española. Y gracias precisamente a retratar a sus personajes sin prejuicio alguno, dotando a homosexuales, bisexuales y transexuales de una dimensión que va mucho más allá de su identidad sexual, humanizándolos a través, tanto de sus virtudes, como de sus defectos. Sus dos últimas obras, Otra vida para vivirla contigo y Furias divinas están unidas por una peculiar historia de amor entre el propio autor y un atractivo joven político, si bien, como de costumbre, sólo quienes los conozcan de cerca sabrán cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en ellas.
En Otra vida para vivirla contigo (2013), Eduardo Mendicutti desarrolla una relación amorosa entre un escritor apodado Ernesto Méndez y un joven concejal de La Algaida llamado Víctor Ramírez. Las entidades de ambos están claras para todos los habitantes de la región, pero no por ello evita el autor exponer con sumo lujo de detalles la amplia gama de sentimientos experimentados durante tan complicado romance, desde la curiosidad hasta la desesperación, pasando por el deseo, la fascinación, la indignación, el dolor… y, por supuesto, el amor más pasional. Y es que hasta los romances más despreocupados corren el riesgo de clavarse en el corazón, dejando en él una espina para el resto de la eternidad. Así, lo que empieza como un simple capricho deviene, poco a poco, en obsesión para un hombre maduro que ya se había acostumbrado a la serenidad de la vida y agobio para un joven soñador ansioso por descubrir el mundo en todas sus formas. Para el concienzudo Ernesto, Víctor lo representa, de pronto, todo; para el entusiasta Víctor, Ernesto tan sólo es una pieza más de una vida que confía plagar de experiencias inolvidables. Nos hallamos por tanto ante una relación aparentemente condenada al fracaso que llevará a ambos personajes a desprenderse de todo rastro de parámetro establecido para luchar por conservar esa inesperada magia que amenaza con escaparse entre sus dedos. [Otra vida para vivirla contigo en Amazon]
El dramatismo explorado por Otra vida para vivirla contigo es no obstante rebajado (o, al menos, complementado) por la habitual narración casi despreocupada de Mendicutti, cuya sensibilidad es tan sólo superada por un ingenio hilarantemente vil que vuelve jocosas hasta las situaciones más desesperantes. Es precisamente ese humor tan ácido como alocado lo que sienta la base de su siguiente (y última hasta la fecha) novela: Furias divinas (2016), una comedia social que, en la línea del film Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), retrata a un grupo de personajes que, teniendo ya poco o nada que perder, se lanzan a la reivindicación más alocada. Con ella, el autor busca homenajear el demasiado a menudo olvidado papel de drag queens, travestis y personas transexuales en la lucha por los derechos LGTB. A fin de cuentas, a ellos se debe en gran medida el éxito de Stonewall (pese a que esa espantosa película de Roland Emmerich cuyas copias deberían autodestruirse por sí solas no lo refleje como debiese). Como peculiar secuela de Otra vida para vivirla contigo, Furias divinas solo retoma los personajes de Ernesto y Víctor a nivel anecdótico, situándolos en los márgenes de una acción de la que se apoderan plenamente los seis alocados protagonistas, todos ellos con voces y personalidades distintas pero al tiempo similares que probablemente volverán algo enrevesada la narración a quienes no se adentren de lleno en ella desde el principio. Personalmente, prefiero la sencillez de su sagaz predecesora, si bien aprecio el papel de esta obra como peculiar representación de los agitados tiempos que corren. [Furias divinas en Amazon]
Y es que, aun tratándose de un curioso díptico, ambas novelas son diametralmente opuestas, recordando Otra vida para vivirla contigo a otros «romances reales» del autor como El ángel descuidado (2002) o Los novios búlgaros (1993) y asemejándose Furias divinas innegablemente a la mencionada Una mala noche la tiene cualquiera, en la que el autor reflejaba la experiencia del 23F a través de la figura de un travesti. Eduardo Mendicutti, que tiene una merecida plaza en su honor en su ciudad natal, ha regalado a la comunidad LGTB dos piezas más con las que rellenar el puzzle literario de un país que, aun habiendo aceptado el matrimonio igualitario prácticamente antes que nadie, sigue necesitado de personalidades que retraten la sociedad, sencillamente, tal y como es. A quien le pique, que se rasque.
A continuación os dejo con la fascinante entrevista que me concedió Eduardo Mendicutti, autor de Otra vida para vivirla contigo (2013), Furias divinas (2016) y otro sinfín de novelas a cada cual más divertida y sugerente. Tanto si conocéis su obra como si no, os animo a leer con calma sus sabias palabras (como siempre, sin pelos en la lengua) acerca de temas tan variados e interesantes como la dualidad ente ficción y realidad, la distinción entre literatura homosexual, literatura gay y literatura de temática homosexual o la evolución política y social de un país que, si bien no tanto como nos gustaría, no ha dejado de mutar desde la llegada de la democracia.
Me resulta curioso conocerte en persona por fin tras haber leído tantas novelas tuyas. Y es que, en parte, siento que te conozco, pero, ¿hasta qué punto crees que lo hacemos al leer tus novelas? ¿Cuánto hay de ti en ellas?
Mira, algún amigo me ha dicho que tengo que escribir mi biografía; y yo respondo: “no hace falta: coge todas mis novelas, ponlas en orden cronológico… y ahí tienes mi vida”. Exagero un poco, claro. A veces parece que tengo mucha imaginación, pero no es así: siempre parto de historias propias. Y es que cuando invento cosas me resultan inverosímiles. Es verdad que uno construye un personaje, pero también en la propia vida: todos nos transformamos, nos travestimos cuando hablamos con alguien, consciente o inconscientemente, tratamos de ocultar nuestros defectos y resaltar nuestras virtudes; todos nos manipulamos a nosotros mismos a la hora de mostrarnos. Y, al plasmar eso en una novela, vas un paso más allá. Para mí son muy importantes la intimidad y el pudor. Yo soy muy pudoroso en la vida pública, incluso tímido, pero escribiendo no lo parece: puedo ser muy impúdico, y no me refiero solo al plano sexual, sino también al emocional. Escribir en primera persona conlleva que el lector piense que eres tú todo el tiempo quien habla, pero tienes que pelear contra la idea de ofrecer una idea siempre estupenda de ti mismo a través de tu personaje; tienes que pelear con el pudor. ¿Que quien me lee piensa que me conoce? No sé, conocerá aspectos míos, pero habrá otros que no conocerá porque hay cosas de mi vida que no he contado nunca en una novela. Cuando mezclas autobiografía y ficción, la segunda contamina a la primera, pero el lector tiene la impresión contraria: en cuanto reconoce algún elemento de realidad, presupone que todo es real… y no piensa en todo lo que, evidentemente, no se corresponde con la realidad.
Tus personajes se basan también a menudo en personas reales, ¿te ha dado esto algún problema? ¿Eres cuidadoso a la hora de plasmarlos?
En algunas novelas, por ejemplo El palomo cojo (1991), que es una de las primeras, sí pasaron cosas graciosas, ya que utilicé mucho mi entorno familiar. Y la gente se cree que es absolutamente autobiográfica, pero no es verdad: ciertamente yo tenía la edad del personaje, secundarios están inspirados en quienes me rodeaban cuando yo era niño, pero la historia es inventada; sin embargo a todo el mundo le dio por reconocerse o por reconocer a otros en los personajes de la novela y muchos se sintieron ofendidos. ¡Hay primos de mi madre que dejaron de hablarme! ¡Absurdo! Para Siete contra Georgia (1987), una novela erótica, utilicé como modelos a amigos a los que veía casi todos los días, con los que comía casi todos los sábados; algunos salían muy mal parados, pero, en este caso, todos estaban felices por ser protagonistas de la novela; en Los novios búlgaros (1993) pasó algo curioso: ahí utilicé como modelo a un chico búlgaro con quien estaba saliendo. Cuando la terminé, él vio el taco impreso y preguntó de qué iba. Y cuando supo que trataba de nosotros se descompuso. Pero luego tuvo una reacción estupenda: “yo ya me las apañaré, llevas mucho tiempo trabajando en ello, publícalo”. En el caso de Otra vida para vivirla contigo (2013), está claro en quién se inspiran los protagonistas. La Bipolar, la mala de la función, que es malísima, dice que me ha perdonado; en cambio, otro, que era amigo de toda la vida, no me ha perdonado y dejó de hablarme. La Bipolar terminó diciendo que me perdonaba porque sabía lo que uno es capaz de hacer cuando está enamorado… En fin, la gente se toma todo tan a pecho… Pero no hay nada que me haya trastornado. Vicente Ramírez, el amigo al que están dedicadas mis dos últimas novelas, y yo nos hemos reído mucho con estas cosas, porque él a veces es muy gamberro… y yo me divierto y me dejo llevar.
Ciertamente el humor está muy presente en Otra vida para vivirla contigo, Furias divinas y otras de tus novelas. ¿Cómo lo extraes? ¿Lo tienes en mente desde el principio o va surgiendo solo?
Algunas de mis primeras novelas no tienen ni pizca de humor y digo “dios mío, ¿cómo he podido escribir esto tan severo y atormentado?”. A partir de cierto momento, el cuerpo me pedía contar cualquier cosa, por dolorosa, oscura o indignante que fuera, con algún tipo de humor. A mí el humor me parece imprescindible para vivir y para escribir. Y la tradición de la literatura española, desde Cervantes hasta ahora, tiene mucho humor. Es un elemento troncal. Con él se puede ser combativo, insumiso, educado, solidario, delicado… y también se puede meter la pata, claro. Probablemente yo la habré metido en algún caso, porque el registro puede descontrolarse; es fácil equivocarse, el humor hay que intentar controlarlo, dentro del registro particular de cada caso, pero a mí me parece imprescindible para contar cualquier historia.
El humor tiene relación con el propio tono de la novela. Al escribir la mayoría de tus obras en primera persona, hablando además en parte de ti mismo, ¿cómo haces para desprenderte de ese ‘yo’ de forma que cada libro tenga un narrador distinto y a la vez mantenga tu esencia?
A mí me gusta mucho la primera persona, sólo he escrito un par de obras en tercera persona. La primera persona me ayuda a identificarme con el personaje, sea travesti, transexual, más o menos parecido a mí… Cada uno de mis personajes tiene un registro humorístico determinado. Yo soy todos y cada uno de ellos, aunque no literalmente, pues si lo fuera mi vida habría sido extraordinaria y apasionante y la verdad es que ha sido más bien normal. Pero no evito construir personajes con características negativas por el riesgo de que los identifiquen conmigo, porque ahí está en gran parte el secreto de la verosimilitud de la narración. De lo contrario falsificas, no la realidad per se (que, como ya he dicho, siempre se falsea), sino la narración y el propio personaje: si por temor a que alguien piense que eres así mutilas el personaje en algún aspecto, te estás traicionando a ti mismo como narrador.
Que toda tu obra hable en parte de ti la ha convertido en todo un referente para la comunidad LGTB. ¿Sientes algún tipo de responsabilidad ante esto?
Evito pensarlo, hacerlo me pone muy nervioso, sobre todo porque cada lector tiene una relación muy personal con cada novela: una puede haber gustado mucho a un lector, incluso desde el punto de vista gay, y no gustar nada a otro. Cuando yo empecé con Una mala noche la tiene cualquiera, centrada en un travesti que habla del 23F, y luego publiqué otra llamada Tiempos mejores (1989), a la que quiero mucho pese a lo mal que funcionó, hubo gente del colectivo LGTB que me reprochó abonar un estereotipo de gay afeminado y escandaloso. ¿Y? Además, uno no se puede dejar influenciar por ese tipo de críticas. Por otra parte, a mí las personas travestidas y transformistas me interesan mucho literariamente por ese juego de apariencias —en el que, insisto, entramos todos—, así como por el lenguaje. Y eso que yo no me he travestido nunca. En ese aspecto, la valoración de mis novelas ha cambiado poco a poco. Otra vida para vivirla contigo contó con dos páginas en el ABC y muchas fotos, incluyendo esa en la que Vicente yo estamos echando un pulso, una foto que por cierto se le ocurrió a él, más que nada para alborotar un poco. ¿Soy políticamente incorrecto? Desde luego, no con la incorrección política que, con respecto a los gais, parece reclamar, por ejemplo, Bertín Osborne. Cuando él dice que ahora no se pueden contar chistes de mariquitas, yo le digo: “a ver: tú probablemente no debes contarlos, pero no por ser políticamente correcto o incorrecto, sino porque tú, cuando los cuentas, lo haces como lo haces, y tu amigo Paco Arévalo, igual… y en esos chistes contados así hay homofobia”. Pero como obviamente no hay homofobia alguna en mis intenciones, me siento libre de escribir a mis anchas. Poco me importa que algunos me lo puedan reprochar.
Y, hablando de esa homofobia, tú has vivido un proceso de cambio impresionante en lo que a la comunidad LGTB se refiere…
Sí, las cosas han cambiado enormemente; aunque habrá gente de mi generación (o la anterior) que añore cómo vivía su homosexualidad en la época de Franco, porque vivían una vida clandestina y secreta, de desafío a la autoridad, de reunirse en determinados tugurios… y se lo pasaban estupendamente; incluso, cuando hacían la “farsa de la detención”, todos se subían al coche policial como si fueran de juerga, pasaban la noche en el calabozo contando chistes… Distinto era si la detención, los insultos y el maltrato iban en serio, y cuando los metían en la cárcel, claro; las de Badajoz o Huelva eran jodidas (lo sé, aunque no lo he vivido directamente). Obviamente, entre eso y lo que se vive ahora hay un abismo. Pero hoy en día hay actos diarios de homofobia y agresiones que resultan muy indignantes, intolerables, y muy perturbadores, porque se supone que la sociedad ha aceptado a los homosexuales, transexuales y bisexuales y descubres que no, con lo que se pueda caer en una complicidad con una sociedad aparentemente permisiva (aunque no tiene que ser permisiva ni tolerante, a mí nadie tiene que tolerarme nada…) y resulta que en el fondo hay tanta homofobia o más que antes.
¿Cómo ha afectado eso a la evolución de tu obra? ¿Hay temas de los que hablases antes y ahora no o viceversa?
Sé que parezco frívolo, superficial e irresponsable diciendo esto, pero yo no he sufrido en mi vida apenas episodios de homofobia que me hayan angustiado. ¡Si con quince años me eché un novio en el colegio! La historia acabó como el rosario de la aurora, como cuento en El ángel descuidado, pero no me importó. Y me vine a Madrid por los motivos por los que uno se venía: para estudiar y tener libertades en todos los sentidos (sexuales también, claro…). Pero en lo literario sí me he visto afectado, porque siempre he sido poco cauteloso, incluso insensato. Cuando gané un concurso de cuentos para menores de 25 años en una revista literaria muy facha (lo más literario que había entonces…), yo ya lo decía todo en el autorretrato que me pidieron que escribiera, pero lo censuraron y no se publicó. Con mi primera novela, Tatuaje, gané el Premio Sésamo a finales del franquismo gracias a un jurado fantástico, pero al final no se pudo publicar… Y eso que ya se habían corregido pruebas, visto las galeradas, diseñado la portada… Y yo pensé “¿de qué voy a escribir si no puedo hacerlo con absoluta libertad? No volví a hacerlo hasta que empezó la democracia. Y a partir de entonces todas mis obras han sido homosexuales. Recuerdo que se me dijo: “Ahora, para demostrar que eres un escritor de verdad, escribe una novela donde no haya gais por todas partes” y yo dije: “¿le pides acaso a un autor heterosexual que demuestre su profesionalidad sacando una novela con gais?”. Con la democracia yo siempre he escrito sobre lo que he querido, pero siendo consciente de que me iba a encontrar con dificultades. ¿Que las cosas han cambiado? Sin lugar a dudas. Este año van a salir tres o cuatro novelas muy gais; parece que de repente el mundo editorial está interesando en el tema. El otro día, con José Luis Serrano, presenté la novela Sudor, de Alberto Fuguet… ¡y hay que ver cómo es…! Luego, hay una novela muy curiosa de un americano que da clases en la universidad de Iowa, Garth Greenwell, llamada What belongs to you (por cierto, trata de un profesor americano que se enamora de un chapero búlgaro…) y de repente he leído críticas estupendas en prestigiosas publicaciones literaria americanas que dicen cosas como que “es la primera gran novela gay americana”, críticas sin duda influenciadas por el hecho de que en EE.UU. se haya aprobado el matrimonio igualitario. Y todo esto está bien, porque facilita algo que a mí me ha ayudado mucho: entrar en el mundo editorial. Yo no tuve editorial hasta Siete contra Georgia, un libro erótico que no puede ser más gay; así empecé a publicar en Tusquets, que ha tratado mis novelas con total normalidad, sin discriminación alguna, no había ningún problema con que hiciera lo más gay que se me pudiera ocurrir, cosa con la que probablemente otros escritores, durante mucho tiempo, sí hayan tenido conflictos en otras editoriales no especializadas.
Pese a editar tu obra en editoriales generalistas, ¿la consideras literatura LGTB? ¿Qué opinión te merece la etiqueta en general?
Bueno, yo no hablo de etiqueta, sino de definición. Y defiendo la existencia de una literatura homosexual, una literatura gay y una literatura de temática homosexual, que son cosas diferentes. La literatura homosexual es la que escribe cualquier escritor o escritora homosexual, trate de lo que trate; si la escribe de verdad, reflejará su propia experiencia homosexual aunque escriba de los marcianos. En busca del tiempo perdido (1913) es literatura homosexual, evidentemente, y no sólo porque aparezca un prostíbulo masculino, sino porque Marcel Proust era homosexual y es imposible que eso no se refleje, de un modo u otro, en lo que escribe. Todas las novelas de Gore Vidal, incluso las que pueden parecer convencionalmente históricas, son homosexuales; participó en el guion de Ben-Hur (William Wyler, 1959) y ¡vaya si no es gay ese guion! La literatura homosexual existe, claro que sí, como existe la literatura heterosexual, aunque nadie hable de ello. Igual que existe la literatura judía. ¡O la literatura afroamericana! Nadie pone pegas a ese tipo de definiciones. Por otra parte, la literatura gay es aquella que nace a partir de Stonewall, o sea, aquella que está animada por algún tipo de militancia. La literatura gay sí persigue dignificar la experiencia y la cultura homosexual. Yo no tengo ningún interés en idealizarla: en mis novelas puede haber gais detestables y no pasa nada. Por último, la literatura de temática homosexual es aquella que aborda específicamente temas relacionados con la homosexualidad, tales como la salida del armario o el matrimonio igualitario. Mi novela Otra vida para vivirla contigo, por ejemplo, es una historia de amor, no una novela de temática homosexual. Una mala noche la tiene cualquiera trata del ansia de libertad, no sólo sexual, sino también política, emocional, etc. Los novios búlgaros, que para mí es una historia de amor aunque otros no lo crean, trata sobre la necesidad de la generosidad. El tema de Tiempos mejores es la necesidad de ser leal a uno mismo, sólo que está vivido y contado desde el punto de vista de un gay, claro.
Entonces lo tuyo sería literatura homosexual, según esta clasificación… ¿Piensas aun así en el público LGTB al escribirla?
Sí, es literatura homosexual, sin lugar a duda. De todos modos, siempre me ha parecido absurdo que se elija una novela u otra por la sexualidad de sus personajes. Es como si yo digo que Madame Bovary (Gustave Flaubert, 1856) no me interesa porque trata de una mujer adúltera heterosexual. Cualquiera que me oyera decir eso me llamaría gilipollas. Vale, mis novelas no son comparables a este clásico, pero el absurdo del prejuicio es el mismo. Pero mira, ya lo he asumido, con lo que, si alguien evita leer mi novela por ser homosexuales, me da igual. Estos prejuicios, por cierto, abundan más en los lectores masculinos; las lectoras en general son mucho más desprejuiciadas al respecto.
Hablabas a propósito de esto de que cuando empezabas te costaba hacer literatura homosexual porque realmente no había mucha en España. ¿Qué referentes tenías tú a la hora de escribir? ¿Recurrías a obras extranjeras? ¿O simplemente a literatura heterosexual?
Yo no supe de literatura homosexual hasta que no empezó a normalizarse. Mis referentes fueron otros escritores hasta que leí a Jean Genet. Él fue el gran descubrimiento. Escribí El palomo cojo teniendo como referente un grandísimo pequeño libro de Gerald Durrell llamado Mi familia y otros animales (1956). Además de miles de novelas del oeste, suelo decir que la primera novela que leí fue Mujercitas (1886), pero lo cierto es que fue Hombrecitos (1871), de la misma autora (Louisa May Alcott), una historia de chicos en un colegio. Cuando yo empecé a escribir, en este país muchísimos libros estaban prohibidos, entre ellos los de contenido homosexual, con lo que era complicado tener referencias. A pesar de todo yo empecé a escribir de verdad con personajes homosexuales porque era lo que me interesaba. Ni me comí mucho la cabeza ni pensé que estaba desafiando al sistema planteando algo novedoso o peligroso; simplemente escribí lo que me dio la gana.
Ciertamente los personajes de tus novelas llevan la homosexualidad con total naturalidad, con lo que esta no es un tema como tal. Sin embargo, su interés para la comunidad LGTB es innegable; algunas personas te habrán dicho que tus obras les han ayudado…
Esa es una parte muy gratificante de esta profesión. Por ejemplo, cuando fui al Festival de Turín con el equipo de la película de Los novios búlgaros (Eloy de la Iglesia, 2003), al entrar a una sesión yo llevaba la tarjeta identificativa y la chica que cortaba las entradas, que era transexual, me preguntó si tenía algo que ver con el autor de Siete contra Georgia; cuando dije que era yo me contó que tenía la novela en la mesilla de noche y la leía cada vez que se sentía mal. En otra ocasión le pegaron una paliza a un transexual en Valencia y sus amigos le regalaron Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy (1997) para levantarle el ánimo. Pero también a una chica heterosexual a la que operaron le dieron Una mala noche la tiene cualquiera y me dijo que era un problema porque ¡se le saltaban los puntos de tanto reírse! Eso es maravilloso. El otro día estuve en Santander y un muchacho me dijo que El palomo cojo, que leyó en una edición del Círculo de Lectores que andaba por su casa, había sido una novela reveladora para él. Pero al escribir yo no pienso en eso, sino en crear la mejor historia que pueda.
¿Y hay alguna novela de la que te sientas particularmente orgulloso, bien por la recepción, bien por el resultado en función de lo que tú querías contar?
Bueno, eso depende. Como ya he dicho, tengo mucho afecto a Tiempos mejores, que, aun siendo de las que peor han funcionado, sigue teniendo lectores hoy en día que la valoran especialmente. Evidentemente sé que El palomo cojo es la novela que más gente ha leído y que Otra vida para vivirla contigo ha gustado mucho a mucha gente. Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy, que es una feliz locura pero que literariamente me dio mucho trabajo, tuvo un gran éxito repentino por las razones que fueran. Pero el afecto que yo tengo a cada novela no tiene relación con el éxito, sino con mi conexión personal con ella, y en ese sentido Tiempos mejores y El ángel descuidado, la historia de un primer amor, son especiales. Todo el mundo recuerda su primer amor y muchos autores han escrito sobre él, pero los primeros amores gais suelen ser perturbadores e imposibles y yo decidí escribir sobre mi propia experiencia, recordándola de una manera luminosa y optimista: hay problemas, claro, pero estos no provienen del hecho de ser gay. Para eso hice una trampa: introducirlos en el ambiente aparentemente más hostil, pero realmente más permisivo: un convento donde, al no haber chicas, el amor entre dos chicos es pecaminoso, pero no antinatural, con lo que el concepto de la anormalidad no pesaba sobre la historia de amor (sí, el del pecado).
Antes has hablado de un festival de cine y me has recordado que dos de tus novelas dieron el salto a la gran pantalla, ¿cómo viviste el proceso? ¿Participaste en él?
No, en ambos casos he tomado la misma decisión: firmar el contrato y allá ellos. No me importa que traicionen la novela, siempre y cuando la película esté bien. Y en ambos casos me puse a favor de ellas desde el principio. Con El palomo cojo (Jaime de Armiñán, 1995) fuimos al Festival de San Sebastián y lo pasé estupendamente (fui con un novio búlgaro). Siempre la he defendido, pero, si me pongo a hacer lo que no debo hacer, que es comparar las dos obras, yo creo que a la película le falta el elemento fundamental de la novela, que es la mirada y la emoción del niño, que en la película es sólo un personaje más introducido en una serie de escenas costumbristas cosidas entre sí. Los novios búlgaros, la cual mencionaba antes, a mí me divirtió mucho, pero tiene quizás el problema contrario en relación con la novela: es demasiado explícitamente gay (nada malo, por supuesto, en sí mismo); la novela es una historia de amor, sin apenas sexo (que sólo aparece de forma indirecta). Cuando me puse a ver la película empecé a sudar: ¡polvazo tras polvazo! Pero, claro, es que Eloy de la Iglesia era así… Y también es cierto que hay capítulos de la novela difíciles de adaptar. Y aun así, tiene escenas, además de muy bien rodadas, emotivas, melancólicas, potentes…
Visto lo visto, ¿te da pena no haberte involucrado más en el proceso?
No, porque la verdad es que cuando di ideas a los guionistas y directores me dijeron que no funcionarían. Soy muy cinéfilo, y entiendo que el cine y la literatura utilizan lenguajes distintos. Y creo que yo, a partir de mi propio material, sería incapaz de hacer algo que estuviera bien: me dejaría llevar por lo literario, algo que en general no es bueno (hay excepciones, claro, como Dublineses (Los muertos) (John Huston, 1987), que se basa en un relato de James Joyce y está llena de voz en off, poemas y otros elementos por completo literarios…).
Volviendo a la literatura, Furias divinas tiene una estructura muy curiosa, pues continúa la historia de amor de Otra vida para vivirla contigo, pero la deja de lado a favor de las furias. ¿Cuál fue la semilla de la novela?
Tengo firmemente decidido no escribir una continuación de Otra vida para vivirla contigo, y eso que me están insistiendo mucho al respecto… Yo pensé escribir una novela a la manera de Una mala noche la tiene cualquiera que hablara del contexto político actual. Se está hablando de la segunda transición, algo muy potente desde el punto de vista narrativo; pero quise adoptar un enfoque especial. Con el 23F tomé un hecho muy importante y lo conté desde el punto de vista de alguien sin autoridad alguna y aún en los márgenes de la sociedad: un travesti. Y con Furias divinas hice lo mismo, de forma que cuento lo que está pasando con carga política incluida y, a la vez, doy voz a personas que no suelen tenerla. De un personaje pasé a seis, con las dificultades que eso conlleva para distinguir unas voces de otras. Pero de pronto me estanqué porque no me sentía involucrado personalmente con Furias divinas; de alguna forma yo sí me identificaba con el protagonista de Una mala noche la tiene cualquiera, no por ser travesti, sino por lo que sentía y vivía a nivel individual y colectivo. Pero esta vez me costaba implicarme. Al final, rescatar a los dos protagonistas de Otra vida para vivirla contigo me hizo implicarme más, aunque esta vez prácticamente no había nada de realidad. Ha habido, eso sí, algunas sugerencias de Vicente… Y, claro, como él no es tonto precisamente, mucho de lo que dice es aprovechable. Los escritores lo tenemos que utilizar todo.
Sin embargo, entre tanto personaje la narración de Furias divinas puede devenir embarullada. ¿Te preocupaba este asunto? Gracias a tu larga carrera, ¿te notas completamente libre de cara a escribir?
A mí me interesa mucho la estructura: soy muy exigente conmigo mismo a ese respecto. De Furias divinas en general se me ha dicho que los personajes están claramente diferenciados, por su manera de hablar. Siempre me preocupa que alguien se pierda, pero eso depende de cada lector. Una de mis novelas más intimistas, Ganas de hablar (2008), donde el narrador está todo el tiempo recordando su vida y sus problemas, fue definida por la primera persona de mi editorial como “un lío”, ante lo que pedí un mes de relectura (suya y mía). Al releerla, yo no vi nada confuso. Pues bien: al final, la publicaron tal y como estaba. Y desde entonces nadie me ha dicho que la haya encontrado confusa… ¡Imagina que llego a hacer caso al primer lector! Pero eso es inevitable: cada lector tiene una relación personal con cada novela. Ahora bien, si una novela sólo es confusa para un lector determinado, algo falla en la relación de la novela con ese lector, claro.
¿Y te planteas continuar la historia de los protagonistas de Otra vida para vivirla contigo, aunque sea del modo libre de Furias divinas?
¡Te veo intrigado! Pero, bueno, en principio, no. Cuando termino una novela nunca tengo clara la siguiente, necesito tiempo. De modo que, en realidad, ahora mismo no sé si los protagonistas de Otra vida para vivirla contigo seguirán viviendo de algún modo en próximos libros. Aunque sea en Australia, o en Japón…
En tus dos últimas novelas, así como en gran parte de tu obra, la política está muy presente, y abordada de forma muy natural. Supongo que habiendo vivido la transición como persona homosexual has llegado a un punto en el que escribes sobre lo que te da la gana…
Absolutamente. Ni siquiera me planteo si lo que escribo puede molestar a alguien o no. Nunca me lo he pensado, de hecho, ni siquiera en la primera (por algo la censuraron…). Me preocupan otras cosas: cómo contar la historia, cómo escribirla, cómo lograr que la narración en primera persona se relacione todo el tiempo con el personaje… Escribo de política u homosexualidad con naturalidad, tal y como ambos temas se merecen.