Francia homo(sexual): críticas de «Theo y Hugo, París 5:59», «La vida de Adele» y «El desconocido del lago»
Francia siempre ha sido —justa o injustamente— asociada al destape y la liberación sexual. Con gracia y salero, entre los argumentos que se escuchaban en el “campamento de curación de la homosexualidad” de But I’m a Cheerleader (Jamie Babbit, 1999) está precisamente haber nacido allí. Hablando de cine, en él encontramos uno de los principales culpables de la reputación gala. Y, hablando de cine LGTB y liberación sexual, parece haber surgido un movimiento de llevar el sexo homosexual a las salas que dio el pistoletazo de salida en el 2013 con las polémicas La vida de Adele y El desconocido del lago y se confirma ahora con la recién estrenada Theo y Hugo, París 5:59, una auténtica joya que no podéis perderos. A ellas tres me dedico hoy.
Theo y Hugo, París 5:59 (Théo et Hugo dans le même bateau, 2015) es el nuevo largometraje de la pareja de realizadores formada por Olivier Ducastel y Jacques Martineau, quienes, desde que optaron al César a mejor dirección novel por Jeanne y el chico formidable (1998), han luchado por la normalización de la homosexualidad directa o indirectamente en todas sus obras: Drôle de Félix (2000), Mi verdadera vida en Rouen (2002), Crustacés et coquillages (2005), Nés en 68 (2008) y Family Tree (2010), todas ellas interesantes pero ninguna tan impactante y redonda como esta bella historia de amor que demuestra que no sólo es lujuria lo que mueve los cuartos oscuros. Así, tras un sórdido encuentro retratado en atrevido estilo pornoerótico, los jóvenes Theo y Hugo (encarnados por unos perfectos Geoffrey Couët y François Nambot a los que el debut dota de una gran naturalidad) comienzan a recorrer las calles nocturnas parisinas —bellamente retratadas por la cámara de Manuel Marmier— al más puro estilo Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995) movidos por el “y después qué”. Es entonces cuando el temor al SIDA dota al film de una dimensión reivindicativa ya presente en otras obras de los cineastas que evita, no obstante, imponerse al conmovedor retrato de las vidas de quienes se cruzan con los protagonistas, conformándose una poética atmósfera de pura intimidad. De esta forma, lo que comienza en el plano meramente sexual desemboca en una de las historias de amor más sensibles que ha dado el cine reciente, dando así un giro de tuerca al tópico de la promiscuidad gay sin caer por ello en la ingenuidad.
Por su parte, La vida de Adele (La vie d’Adèle – Chapitre 1 & 2, 2013) espléndida adaptación de la novela gráfica de Julie Maroh, granjeó a Abdellatif Kechiche —quien venía de abordar el lesbianismo por primera vez en Venus negra (2010)— así como a sus dos extraordinarias actrices (una «azulada» Léa Seydoux y la debutante Adèle Exarchopoulos), la Palma de Oro más LGTB de la historia del Festival de Cannes. Conceder el premio principal a parte del reparto fue una licencia que el jurado presidido por Steven Spielberg se tomó consciente de todo lo que las dos intérpretes habían entregado a una cinta donde se desnudan en cuerpo y alma para ofrecer las escenas de sexo entre dos mujeres más explícitas y soberbias jamás vistas. Tan naturales como carismáticas, las dos están verdaderamente sublimes, siendo la jovencísima Exarchopoulus el único miembro del equipo que terminó siendo premiado por unos César inesperadamente cegados ante otra cinta de temática LGTB: Guillaume y los chicos, ¡A la mesa!, escrita, dirigida y protagonizada por un tierno pero estridente Guillaume Gallienne. Para ella, estrella instantánea a quien la cámara de Sofian El Fani ama observar, fue el galardón a mejor actriz revelación más merecido de la historia de dichos galardones. Como sucede con Theo y Hugo, París 5:59, las escenas sexuales son las más polémicas, memorables y comentadas del film pese a ocupar un escasísimo porcentaje de tres horas nada largas durante las que asistimos al desarrollo de una gran historia de amor que, como la mayoría de estas, se mueve entre la (des)ilusión, la ternura, la pasión y el desgarro. Excelentemente filmadas, montadas y sonorizadas, las más que creíbles imágenes de este drama se clavan en la retina.
En la misma entrega de premios César donde La vida de Adele fue prácticamente ignorada, Pierre Deladonchamps se alzó con el galardón a mejor actor revelación por El desconocido del lago (L’inconnu du lac, 2013), otra arriesgada producción de temática LGTB salida del Festival de Cannes, donde Alain Guiraudie fue designado como el mejor director de la sección “Un Certain Regard”. El realizador ya había abordado la homosexualidad en sus largometrajes previos —Pas de repos pour les braves (2003), Voici venu le temps (2005) y Le roi de l’évasion (2009)—, pero nunca de un modo tan directo y salvaje. De hecho, él admitió que El desconocido del lago fue su forma de confrontar su propia sexualidad. En ella, un apacible lago turquesa es convertido, primero, en lugar de encuentro gay y, después, en cuna del misterio. El atractivo protagonista hace nudismo mientras se relaciona, entre la sincera amistad y el lujurioso deseo, con el bonachón encarnado por Patrick d’Assumçao y el oscuro adonis al que da vida Christophe Paou. La perspicaz Claire Mathon filma la acción con la misma mezcla de sordidez y lirismo que esta contiene, surgiendo así un memorable thriller erótico-romántico donde el sexo tiene más relevancia (y presencia gráfica) si cabe que en las dos cintas mencionadas, lo cual podría distraer al espectador de los interesantes recursos formales proveídos por todo el equipo. De esta forma, hay interés en el film tanto para espectadores ávidos de sexo como para cinéfilos exigentes, si bien los primeros podrían cansarse del tratamiento minimalista y los segundos de la arriesgada cercanía al porno. ¡Juzgad vosotros mismos!
Aunque las tres películas de las que he hablado hoy comparten un audaz retrato de la sexualidad homosexual prácticamente sin precedentes —¡hasta Shortbus (John Cameron Mitchell, 2006) se queda corta!—, todas tienen bastante más que ofrecer a quien se enfrente a ellas sin prejuicios. Además, la sórdida representación del encuentro sexual, no sólo está completamente justificada (siempre y cuando se considere que puede estarlo alguna vez en el cine comercial, claro), sino que es clave de los sentimientos presentados. Y es que al final no es el sexo, sino el amor, el corazón de estas valientes obras. Os animo por tanto a rescatar La vida de Adele y El desconocido del lago si no las visteis en su día y a acudir a los cines a disfrutar de Theo y Hugo, París 5:59, una de las experiencias cinematográficas más sugestivas del año. A fin de cuentas, si el sexo forma parte de la vida (y, sobre todo, del amor), ¿por qué no iba a estar presente en un arte eternamente deseoso de retratarla tal y como es?