El camino hacia la autoaceptación: crítica de «El amor del revés» y entrevista a Luisgé Martín
Pese a que allá por 1822 la sodomía fue eliminada del Código Penal de España, el lento caminar hacía la aceptación de la comunidad LGTB fue interrumpido por el franquismo, periodo durante el cual los denominados «violetas» eran comparados a “los rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos mentales o lisiados” y, por consiguiente perseguidos, no siendo los últimos presos homosexuales liberados hasta 1979. Nacido en Madrid en 1962, Luisgé Martín heredó un país marcado por tan negro contexto. Y es que, si nacer siendo homosexual sigue siendo un problema añadido para la mayoría, hacerlo en los años sesenta era directamente una dura prueba a superar. Traspasada su quinta década de existencia, el autor de las aplaudidas La muerte de Tadzio (2000), La mujer de sombra (2012) y La vida equivocada (2015) ha optado por rendir homenaje, tanto a sí mismo, como a tantos homosexuales atrapados por un mundo que parecía —y, a menudo, sigue pareciendo— no tener cabida para sus humanas pasiones.
El amor del revés (2016) es el resultado de décadas de sentimientos reprimidos que ven ahora la luz con la intensidad con que lo hace todo aquello que lleva tiempo acumulando ganas de hacerlo. Admitiendo en todo momento que él mismo se dejó arrastrar por la homofobia imperante que lo rodeaba, Luisgé Martín rememora el pasado con toda la honestidad que su memoria le permite, aprovechando todo lo vivido —todo lo aprendido— para reflexionar acerca de sus propias emociones, así como sobre el duro contexto que le tocó vivir. Combinando una sincera primera persona nunca temerosa de ponerse en evidencia o cuestionarse a sí misma y una prosa selecta pero sencilla, la obra capta con rapidez el interés del lector, quien maldecirá le llegada del final de la narración. Y es que las 272 páginas de la cuidada edición de Anagrama (editorial habitual del escritor) nos sumen tanto en la mente como en el corazón de un hombre que, como todo aquel capaz de superar el miedo a vivir, lo ha hecho con intensidad y tiene, por tanto, mucho que contar. Bravo por su valentía, ya que pocos han sido los que se han atrevido a ahondar en tan interesante etapa con tal sinceridad, lo que convierte El amor del revés en una obra muy valiosa, tanto para quienes vivieron lo mismo que el autor (que podrán, así, identificarse con él, si bien disfrutarán menos del factor sorpresa), como para aquellos que, bien por su sexualidad, bien por su contexto de nacimiento, permanezcan por completo ajenos a ello. En cualquier caso, el entretenimiento está garantizado.
Así como Chris Pueyo [entrevista] relataba en El chico de las estrellas [crítica] su proceso de autoaceptación en un mundo donde la homosexualidad está supuestamente aceptada y sin embargo sigue siendo una lastra, Luisgé Martín, nacido tres décadas antes, describe en su novela una España donde la sexualidad (ni siquiera hace falta añadir el “homo” delante) era un tabú y, sin embargo, muchos jóvenes lograban abrirse paso entre la hipocresía para disfrutar de ella. De esta forma, tal y como ha hecho Eduardo Mendicutti [entrevista] en gran parte de su obra, el autor de El amor del revés revela una realidad alternativa a la “oficial”, una realidad donde la homosexualidad, no sólo existe, sino que se vive con ímpetu. Sin embargo, a diferencia del icónico escritor gaditano, que siempre ha abordado el tema desde la celebración desprejuiciada, Luisgé Martín se mueve entre la lamentación y las ganas de seguir adelante, mostrando su autobiografía una evolución maravillosa que comienza con un joven temeroso de sí mismo y concluye con un valeroso hombre decidido a desnudarse en cuerpo y alma para poner su granito de arena a la lucha contra la misma homofobia que dificultó tanto sus primeros pasos sobre la Tierra.
A continuación, os dejo con mi enriquecedora entrevista a Luisgé Martín, autor de El amor del revés y de otras muchas joyas de la literatura LGTB castellana.
¿Qué te ha empujado a explorar su vida de este modo precisamente ahora? ¿Ha venido la decisión determinada por los tiempos que corren o por tu propio estado personal?
Por la edad. Es un libro que exigía distancia, serenidad (en algunos aspectos, al menos) y perspectiva. No podría haberlo escrito antes, y no quería dejarlo para después. Los tiempos que corren nunca me moverían a escribir un libro. A escribir artículos, sí; a hacer política, también, pero no a escribir un libro. La literatura pertenece a un estado interior.
¿Qué ha supuesto desnudarse así en El amor del revés? ¿Te ayuda a nivel personal lidiar con su pasado?
Creo que ha supuesto una especie de redención. Lo que fue desordenado y confuso se recompone artísticamente y cobra sentido. La literatura siempre tiene algo de terapia reconstructiva, pero, en un libro tan personal como este, esa terapia se vuelve más afilada. El amor del revés zanja mis deudas conmigo mismo, hace que vuelva a querer a aquel chaval que tan poco se quiso en aquella época.
Pese a la honestidad destilada por El amor del revés, por fuerza tiene que haber mucho que haya quedado fuera, ¿qué límites te has negado a cruzar?
Ninguno. Juro que ninguno. A estas alturas, si algo puedo demostrar es que en estos asuntos soy bastante temerario e impudoroso. Lo que quité de El amor del revés lo quité por razones literarias. El libro no tenía un propósito erótico ni escabroso, y haber ahondado en eso habría cambiado el foco que yo quería que tuviera. Y el libro, que debía ser descarnado, no pretendía tampoco hacer un Sálvame Deluxe.
Justo cuando la narración se aproxima a su “final feliz”, decides recurrir a la elipsis, ¿es aburrida la felicidad o sencillamente has preferido preservar la intimidad de tu marido (y la tuya propia más reciente)?
Sí, la felicidad es deliciosamente aburrida. Nunca he conocido a ningún escritor (a ningún escritor de los de verdad) que fuera feliz. Uno se hace escritor porque tiene carencias y agujeros en la personalidad. Por eso no hay libros sobre la bondad, sino sobre el mal. No hay libros sobre la rutina matrimonial, sino sobre el adulterio. El amor del revés cuenta un camino de transformación desde el descubrimiento reprimido hasta la libertad. A partir de esa libertad (con los límites que siempre tiene), la historia estaba acabada. Continuar contando mi vida con Axier, además de aburrido, habría sido narrativamente improcedente.
Tanto La vida equivocada [crítica] como El amor del revés tienen a la vida tan presente como a la muerte, la cual se presenta como inevitable destino (más allá del “final feliz”). Obviamente la muerte nos inquieta a todos, pero ¿es este un tema que te preocupe especialmente como autor? ¿Ayuda la escritura a aceptarla?
Canetti decía —y yo le cito siempre— que toda la literatura es literatura sobre la muerte. No entiendo la muerte. He llegado a tener una idea aproximada sobre los asuntos difíciles, como el amor, pero la muerte es una cosa extraña que sigue haciéndome sentir ignorante. Por eso está tan presente explícitamente en mis libros. No es un tema: es el tema. Y no creo que la escritura ayude a aceptarla. A veces al contrario. Lo único que ayuda a desatarse de la muerte es el orgasmo, pero dura poco.
En apariencia, El amor del revés es tu novela más personal, ¿lo ves así o hay quizá más de ti todavía en otras obras pese a no ser el protagonista?
Es mi novela (o mi no-novela) más personal, sin duda. Habla de mí sin disfraces, sin intermediación, sin serpenteos. En todos los libros está el alma del autor, pero en este, aparte del alma, ha estado el cuerpo.
Aparte, por supuesto, de ti mismo, nada tiene mayor protagonismo en El amor del revés que el sexo. ¿Depende nuestra existencia tanto de él? ¿Es el sexo especialmente importante cuando no se puede tener?
Digo en El amor del revés, citando a Michel Leiris, que la sexualidad representa la piedra angular del edificio de la personalidad. A través de ella —y a veces luchando contra ella— se nos ven las vísceras. En el sexo está el amor y está Dios, pero están también la destrucción y los abismos. Sinceramente, creo que no es posible sublimar el sexo, y por eso, cuando se vuelve imposible, nos atormenta y nos enloquece.
¿Has contado con referentes para esta obra o te has limitado a tus propios recuerdos?
Literariamente, siempre hay referentes, aunque cada vez más disueltos en uno mismo. Me interesaron como modelos, en el territorio gay, El invitado amargo, de Vicente Molina Foix y Luis Cremades, y El mal francés, de Lluís María Todó. Y, en el lado del desnudamiento, de la brutalidad de la confesión (aunque las confesiones fueran muy distintas), me interesaron los diarios de Laura Freixas y José Antonio Gabriel y Galán. En lo que se refiere a las fuentes “documentales”, he usado mis recuerdos, mis cartas y mi diario, y he conversado con amigos para reconstruir aquellos tiempos y tratar de ajustar los desajustes de la memoria.
Dirías que has escrito El amor del revés pensando en lectores que, al haber vivido experiencias similares, se identifiquen especialmente con el protagonista, o más bien a aquellos que no puedan ni imaginar todo aquello por lo que pasaron tantos homosexuales nacidos durante el franquismo?
Perdón por el tópico, pero, si uno intenta escribir literatura perdurable (y todos en el fondo querríamos ser clásicos), no puede acotar históricamente a los lectores. El amor del revés habla fundamentalmente de tres cosas, a mi juicio: del amor, de la identidad y de la intolerancia. Me gustaría que pudieran leerlo todo tipo de lectores. Pero, por no huir de tu pregunta, si pudiera elegir un tipo de lector, me encantaría que lo leyeran los homófobos. Quizá les sirviera para descubrir que los homosexuales no tenemos escamas en la piel ni olemos a azufre.
Al igual que Eduardo Mendicutti, entrevistado hace unos meses para esta misma columna, eres todo un referente en lo que a literatura LGTB española se refiere, ¿sientes algún tipo de responsabilidad por ello?
Ojalá pudiera yo ser un referente como lo es Eduardo Mendicutti. Si hay una responsabilidad es la de dar la cara cuando haya que darla, la de seguir insistiendo en lo obvio, la de ser visible. No sé si es una responsabilidad literaria, porque en literatura prefiero dejarme guiar sin ataduras de ningún tipo. Pero es una responsabilidad personal.
A todo esto, ¿qué opinión te merece la etiqueta “literatura LGTB”? ¿Te molesta que se aplique a su obra?
Es uno de los viejos temas. Yo no soy anti-etiquetas, creo que las etiquetas sirven para identificar las cosas, pero al mismo tiempo todos sabemos que pueden simplificar la realidad. Por eso, si una persona gay va a una librería como Berkana y encuentra allí mis libros, yo me siento orgulloso de que se me etiquete como literatura LGTBI. Pero si me pusieran en El Corte Inglés o en la FNAC en un estante separado de literatura LGTBI me sentiría decepcionado. En otras palabras: acepto encantado la etiqueta, dependiendo de quién la use y para qué la use.
El amor del revés se centra en el pasado, pero ¿cómo ves la realidad LGTB española actual?
Los que ya tenemos una cierta edad y hemos vivido lo que yo viví y cuento en El amor del revés tenemos difícil el pesimismo. El mundo, y en particular España, ha cambiado radicalmente, y lo ha hecho para bien. Dicho esto, vivimos tiempos de una cierta regresión. Regresión en las libertades, regresión moral, regresión civil. Hace treinta años nadie habría dicho que la xenofobia reaparecería en Europa con esta intensidad, y ahí estamos. Con la identidad sexual puede pasar algo parecido. Los tiempos de crisis son siempre propicios para que los necios y los descerebrados propaguen con éxito ideologías redentoras. Hay que buscar el mal para encontrar sentido a las desgracias propias. Y en la lista de los malhechores siempre estamos en primera fila los maricones, junto con los judíos o los pobres.
«El amor del revés» hace que vuelva a querer a aquel chaval que tan poco se quiso en aquella época. Maravillosa frase y reflexión, enhorabuena Luisgé