Francisco suaviza su tono hacia homosexuales y transexuales… mientras acusa a las escuelas de hacer «adoctrinamiento de la teoría de género»
El papa Francisco es un hombre inteligente, como también lo era su predecesor. Pero a diferencia de aquel, el argentino es además un buen conocedor de los medios y un excelente administrador de sus recursos comunicativos. No resulta por tanto de extrañar que, después de sus recientes y muy duras palabras en Georgia sobre la «guerra mundial» contra el matrimonio y las maldades de la «teoría de género», ya de regreso al occidente que lo ha mitificado como un hombre piadoso y compasivo haya querido dulcificar sus palabras. Ha contado, para ello, con la complicidad de los periodistas que le acompañaban en su viaje de regreso. En declaraciones concedidas durante el vuelo, Francisco recupera el tono melifluo para referirse al «acompañamiento» por parte de la Iglesia de personas homosexuales y transexuales, pero manteniendo la condena de la «teoría de género» y lanzando dardos envenenados contra la educación en la diversidad.
Nada mejor que leer la transcripción de las palabras del papa para ver hasta donde llega la misericordia y hasta donde la intolerancia. «Usted habló sobre la teoría de género que destruye el matrimonio. Como pastor, ¿qué le diría a una persona que sufre desde años con su sexualidad y que siente que su identidad sexual no corresponde a su identidad biológica?», le preguntan, en referencia a las personas transexuales. Su respuesta:
Yo he acompañado en mi vida de sacerdote, de obispo e incluso como papa, a personas con tendencia y con prácticas homosexuales. Las he acompañado y las he acercado al Señor, algunos no pueden… Pero hay que acompañar a las personas como las acompaña Jesús. Cuando una persona que tiene esta condición llega ante Jesús, Él seguramente no le dirá: «¡Vete, porque eres homosexual!». Aquello sobre lo que hablé es esa maldad que hoy se hace con el adoctrinamiento de la teoría de género. Me contaba un papá francés que en la mesa estaba hablando con sus hijos, y le preguntó al hijo de 10 años: «¿Tú qué vas a ser de grande?» «¡Una chica!». Y el papá se dio cuenta de que en los libros de escuela se enseñaba la teoría de género, y esto va contra las cosas naturales. Una cosa es que una persona tenga esta tendencia o esta opción, o incluso quien cambie de sexo. Otra cosa es enseñar en las escuelas esta línea, para cambiar la mentalidad. A esto yo le llamo «colonización ideológica».
Tras estas palabras condenatorias de la «teoría de género» o de la «ideología de género», el término que el ámbito más conservador utiliza para denigrar a buena parte de las reivindicaciones del colectivo LGTB (muy especialmente la lucha en favor de los derechos trans) y feministas, Francisco vuelve a tirar una vez más de la anécdota personal, en concreto de su encuentro con Diego Neria, un hombre transexual español, para dar testimonio de su lado más humano. Luego acaba utilizando en un tono bastante menos amable al referirse, en términos generales, a la realidad transexual, que equipara, en el mejor de los casos, a un «desequilibrio hormonal»:
El año pasado recibí una carta de un español que me contaba su historia de niño y de joven. Era una niña, una niña que había sufrido mucho. Se sentía chico, pero era físicamente una chica. Se lo contó a su mamá y le dijo que quería hacer una operación quirúrgica. La mamá le pidió que no lo hiciera, mientras ella estuviera viva. Era anciana, y murió poco después. Se hizo la operación, ahora es empleado en un ministerio en España. Fue a ver al obispo y el obispo lo ha acompañado mucho. Un buen obispo, este, «perdía» tiempo para acompañar a este hombre. Y luego se casó, cambió su identidad civil y él (que era ella pero era él) me escribió que para él habría sido de consuelo venir a verme. Los recibí. Me contó que en el barrio en el que vivía estaban el viejo sacerdote, el viejo párroco, y uno nuevo. Cuando el nuevo párroco lo veía, le gritaba desde la acera: «¡Te vas a ir al infierno!». Cuando se encontraba con el viejo, le decía: «¿Desde hace cuánto que no te confiesas? Ven, ven…». La vida es la vida, y hay que tomar las cosas como vienen. El pecado es el pecado. Las tendencias o los desequilibrios hormonales dan muchos problemas y debemos estar muy atentos al decir que es todo es lo mismo: cada caso, hay que acogerlo, acompañarlo, estudiarlo, discernir e integrarlo. Esto es lo que haría Jesús hoy. Por favor, no vayan a decir: «¡El Papa santificará a los trans!». Ya estoy viendo las primeras planas de los diarios… Es un problema humano, de moral. Y hay que resolverlo como se puede, siempre con la misericordia de Dios, con la verdad, pero siempre con el corazón abierto.
Como era previsible, la inmensa mayoría de los medios generalistas ponen el acento en las palabras amables del papa hacía homosexuales y transexuales, cuando en realidad dichas palabras se encuadran dentro de la ortodoxia católica más rigurosa. Jerarcas católicos abiertamente homófobos, como por ejemplo Antonio Cañizares, no tiene el menor problema en asegurar, en referencia a gais y lesbianas, que «los estimo, los valoro en su dignidad que les corresponde como personas y me merecen el máximo respeto». «Quien haya seguido mi trayectoria como sacerdote, como obispo o como cardenal, sabe que no excluyo a nadie sea del color que sea, de la religión que profese, de su manera de pensar que respeto, y de la condición que sea», aseguraba el arzobispo de Valencia hace solo unas semanas. «Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición», dice por ejemplo el Catecismo de la Iglesia católica.
No, las palabras de Francisco no suponen novedad alguna sobre la doctrina oficial, condenatoria y excluyente, de la Iglesia católica hacia las personas LGTB. Sus palabras sobre las educación en la diversidad son, de hecho, un buen reflejo de lo poco que se ha movido la institución con Francisco. Mucho tendrán que cambiar las cosas para que las legítimas esperanzas que los católicos aperturistas, en general, y los creyentes LGTB, en particular, alumbraron en la primera etapa de su pontificado se vean satisfechas. Ver, por otra parte, como otras iglesias cristianas sí avanzan en un sentido inclusivo hace que la situación resulte aún más descorazonadora.
Bergoglio es un trilero.