Crecer en el lugar equivocado: críticas del libro «El arte de ser normal» y el filme «Madre sólo hay una»
La adolescencia es una etapa para descubrir la vida y descubrirse a sí mismo. La mayoría la aprovecha para forjar los primeros lazos afectivos fuertes fuera del entorno familiar, pero lamentablemente no todos tienen esa opción. Si pasar por el instituto siendo homosexual es de por sí complicado, hacerlo siendo transexual es directamente una dura prueba que la mayoría supera guardando silencio a la par que tratando de buscar una explicación al porqué de su extraña sensación. Sentirse en el cuerpo equivocado es difícil a cualquier edad, pero hacerlo en un momento en que el propio cuerpo muta cada día en la dirección percibida por la sociedad como errónea puede ser una auténtica pesadilla. El problema, como siempre, no es otro que la educación: la de los hijos, que carecen de referentes a la hora de entenderse a sí mismos, y la de los padres, que viven en una burbuja donde la transexualidad sencillamente no tiene cabida. A este importantísimo tema me dedico hoy a través de dos recientes joyitas: la novela británica El arte de ser normal y la película brasileña Madre sólo hay una, centradas ambas en lo que supone crecer en el lugar equivocado (que no es el propio cuerpo, como se tiende a pensar, sino la familia… o la sociedad como conjunto).
El arte de ser normal (The Art of Being Normal, 2016) nace de las experiencias de la actriz y escritora británica Lisa Williamson en el Servicio de Identidad de Género, donde conoció a múltiples adolescentes ávidos de resolver sus conflictos de identidad. Nos encontramos ante una novela amena e instructiva que debería leerse en todas las escuelas de cara a comprender una realidad tan tristemente ignorada como la transexualidad. Narrada a partes iguales por dos estudiantes de instituto con problemas de identidad (David Piper, que siempre ha querido ser una chica, y Leo Denton, que acaba de llegar al instituto con su propio secreto bajo el brazo), la obra nos sumerge con rapidez en sus mentes y sus mundos, mostrándonos los conflictos propios de todo adolescente en compañía de otros derivados de las consecuencias de sentirse un “friki” por causas que no dependen de uno mismo. Por supuesto, la transexualidad constituye el corazón de la obra, pero Williamson aprovecha también para dar visibilidad a temas como la diversidad racial, el vegetarianismo, la discapacidad intelectual o las diferencias sociales de un modo tan sutil como elegante, fomentando con agudeza la aceptación de todos los colectivos. Todo esto vuelve la lectura idónea para todas las edades, ya que, si bien la narración no podría ser más sencilla, la honestidad irradiada conquistará incluso a los lectores más versados. Divertida, emotiva, romántica, desgarradora y hasta intrigante, El arte de ser normal es un raro ejemplo de clásico trans instantáneo.
De corte diametralmente opuesto a tan fantástica novela, pero también recomendable, la película brasileña Madre sólo hay una (Mãe só há uma, 2016) explora la transexualidad juvenil a través de la dramática historia de un chico (perfecto debutante Naomi Nero) que descubre que fue robado por la mujer que él creía que era su madre cuando era sólo un niño, habiendo de conocer a su verdadera familia cuando ya había dado por hecho quién la formaba. Para colmo, sus padres biológicos (conmovedores Matheus Nachtergaele y Daniela Nefussi, la cual encarna también a la otra madre) no esperaban que Pierre (al que ellos llamaron Felipe) fuera trans, algo que este aprovechará para convencerse a sí mismo (e intentar convencer al resto) de que nadie le quiere en realidad. A diferencia de El arte de ser normal, aquí la transexualidad no se oculta, pero tampoco se habla de ella: Pierre se maquilla y viste de mujer, pero no expresa en ningún momento su deseo de ser una, quizá porque la crisis de identidad derivada del cambio de familia ya es suficiente potente por sí sola, quizá porque sencillamente se siente bien tal y como es. Premiada en la Seminci con los entorchados concernientes a mejor actor y mejor dirección, Madre sólo hay una constituye un nuevo homenaje a las madres por parte de Anna Muylaert tras la excelente Una segunda madre (2015), que resultaba más redonda gracias a concentrar mejor sus objetivos. Y es que, al intentar abarcar demasiados temas cruciales en muy poco tiempo (el robo de infantes, la transexualidad juvenil, las relaciones fraternales…), Madre sólo hay una puede antojarse algo frustrante y superficial. No obstante, se trata de una película que entretiene e invita a la reflexión a partes iguales, instando al espectador a rellenar los huecos a su antojo a partir de las pequeñas dosis de información que va recibiendo. Lástima que esté teniendo tan poca suerte a su paso por la cartelera.
Aunque ambas obras lidian con un tema tan importante y olvidado como la identidad transgénero adolescente (tema que ambas relacionan con la búsqueda de identidad que conlleva la ambigüedad paternal), El arte de ser normal y Madre sólo hay una son diametralmente opuestas, resultando a priori la primera ideal para adolescentes y la segunda más apropiada para cinéfilos. No obstante, yo recomiendo leer la primera y ver la segunda sea cual sea vuestra edad o condición sexual, pues daréis con dos sorprendentes historias que, pese a su desgarro inicial, dejan un maravilloso poso de esperanza. Ojalá todos aquellos que hablan de la transexualidad desde la distancia, como si fuera algo ajeno que nunca va a tocarlos a ellos o a los suyos, se dejaran atrapar por estas joyas. Para la ignorancia y los prejuicios, dudo que haya mejor medicina.