Francisco hace suya la posición de Ratzinger: la Iglesia no quiere sacerdotes homosexuales ni que simpaticen con la causa LGTB
El papa Francisco continúa marcando distancias con lo que podríamos denominar su etapa «amable» hacia las personas LGTB, que en cualquier caso habría consistido únicamente en una política de gestos que no se ha acompañado de cambio doctrinal alguno. Instalado en su nuevo papel de azote de la «ideología de género», en el que no parece sentirse incómodo, el argentino ha aprovechado para recordar (por si a alguien se le había olvidado) que la Iglesia católica no quiere como clérigos ni a homosexuales ni a personas que simpaticen abiertamente con la causa LGTB. Le ha bastado para ello referirse a documentos del anterior pontificado.
Lo ha hecho en un documento titulado El Don de la vocación presbiteral, que puedes descargar aquí en castellano. Se trata de un texto de 92 páginas que repasa las condiciones que debe reunir una persona para ser ordenada sacerdote o para acceder a órdenes religiosas. En este sentido, las referencias a la homosexualidad son solo una parte mínima del texto, si bien es la que con diferencia más atención mediática está recibiendo desde que este miércoles fuese publicado online por L’Osservatore Romano, el periódico vaticano.
Las referencias a la homosexualidad no contienen, en cualquier caso, ningún elemento nuevo. Se limitan de hecho a citar documentos ya conocidos y a los que hemos hecho referencia en otras ocasiones, fundamentalmente la instrucción de 2005 “sobre los criterios de discernimiento vocacional concernientes a las personas con tendencias homosexuales en vistas a su admisión al seminario y a las Órdenes Sagradas” , que ya negaba el acceso al sacerdocio a “aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o apoyan la así llamada cultura gay”. El documento admitía, eso sí, que se pudiesen tener «tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio [sic]«, que en ese caso debían quedar «claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal».
Una instrucción a la que siguió, tres años después, el documento “Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio”, que reiteraba que quienes tengan «tendencias homosexuales fuertemente radicadas» no podían ser sacerdotes, señalando como novedad que los rectores de los seminarios pueden recurrir a exámenes psicológicos para detectar dichas “tendencias» y que los sacerdotes tienen que tener un “sentido positivo y estable de la propia identidad viril [sic]”.
Ambos documentos datan del pontificado de Joseph Ratzinger. En cualquier caso, para que quede claro que nada ha cambiado desde entonces, insertamos el texto ahora publicado, ya con Jorge Bergoglio como papa. Las referencias a la homosexualidad están contenidas en los puntos 199, 200 y 201. Los entrecomillados son citas literales de la mencionada instrucción de 2005:
199. En relación a las personas con tendencias homosexuales que se acercan a los Seminarios, o que descubren durante la formación esta situación, en coherencia con el Magisterio, «la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas».
200. «Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, esas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal».
Por otra parte, conviene recordar que, en una relación de diálogo sincero y confianza recíproca, el seminarista debe manifestar a los formadores, el Obispo, al Rector, al Director espiritual y a los demás educadores, sus eventuales dudas o dificultades en esta materia.
En este contexto, «si un candidato practica la homosexualidad o presenta tendencias homosexuales profundamente arraigadas, su director espiritual, así como su confesor, tienen e deber de disuadirlo, en conciencia de seguir adelante hacia la Ordenación». En todo caso, «sería gravemente deshonesto que el candidato ocultara la propia homosexualidad para acceder, a pesar de todo, a la Ordenación. Disposición tan falta de rectitud no corresponde al espíritu de verdad, de lealtad y de disponibilidad que debe caracterizar la personalidad de quien cree que ha sido llamado a servir a Cristo y a su Iglesia en el ministerio sacerdotal».
201. En síntesis, conviene recordar y, al mismo tiempo, no ocultar a los seminaristas que «el solo deseo de llegar a ser sacerdote no es suficiente y no existe un derecho a recibir la Sagrada Ordenación. Compete a la Iglesia […] discernir la idoneidad de quien desea entrar en el Seminario, acompañándolo durante los años de la formación y llamarlo a las Órdenes Sagradas, si lo juzga dotado de las cualidades requeridas».
En definitiva, ningún cambio (ni siquiera de lenguaje) entre el anterior papa y el actual. Los católicos LGTB seguirán siendo discriminados por su propia Iglesia también en este aspecto.
Señalo que la Iglesia Católica usa su poder para conseguir sueldos públicos para curas de hospital, curas de cementerio, curas de centros de menores, curas militares, adoctrinadores en institutos públicos, etc. El arzobispado castrense tiene un presupuesto superior al de la Casa Real y el arzobispo tiene cargo y sueldo de general de división.
Esta discriminación significa que hay puestos pagados por el Estado que solo pueden ocupar heterosexuales. Es inimaginable que a cualquier otra organización se le permita discriminar así.
¿De un general de división? ¡¡La virgen!!
No veo la discriminación que tanto escandaliza a la política contemporánea. Se habla de «profundo respeto», cosa que el Papa Francisco ha demostrado ampliamente, al igual que sus predecesores.
Ahora, nadie niega la existencia ni la dignidad humana de los homosexuales; pero es posible sostener que es algo fuera de lo normal: sólo debe ser tratado con comprensión, no promovido como algo bueno. Si para una responsabilidad tan seria es un criterio de exclusión, es bueno que lo manifiesten claramente.
No hay necesidad de acusar de «homofóbico» al que piensa distinto. Bajo esa lógica, podría tildar de «cristianófobo» o acusar de «crimen de odio contra los católicos» a quien dudara del argumento ontológico de San Anselmo.
Sería un honor y hablaría muy bien de vosotros que no borrarais este comentario,
Saludos.