John Waters: “Hoy es difícil reírse del mal gusto en Estados Unidos cuando tenemos un presidente que parece una broma»
El estadounidense John Waters (Baltimore, 1946) es considerado, por muchas razones, el ‘Papa del Trash’. Un acertado apodo que en su día le dio el escritor de la generación beat William Burroughs a este gran icono de la cultura popular. Hace seis años que el cineasta, natural de Baltimore, visitó España por última vez, y el pasado fin de semana volvió a nuestro país, más concretamente a la ciudad de Málaga, para apadrinar el I Festival de Cultura Basura, organizado por el centro de cultura contemporánea La Térmica en colaboración con la Fresh Gallery de Madrid. Antes, pasó por Londres, donde ofreció una charla y firmó ejemplares de su último libro, Make Trouble, donde da consejos a todos aquellos que quieran ganarse la vida siendo una persona creativa. Dosmanzanas ha podido charlar con el rey del cine underground.
Director, guionista, productor, actor, fotógrafo y montador. A estas alturas, no cabe duda de que Waters es una persona polifacética. Pero también es un hombre culto, inteligente, divertido y educadísimo. Sus fans le adoran y su llegada a Málaga no dejó indiferente a nadie. Waters fue recibido a las puertas de La Térmica, un hermoso edificio de estilo regionalista construido a principios del siglo XX, por los organizadores del evento, los artistas invitados y muchos seguidores venidos de distintos puntos del país con la esperanza de ver de cerca a su ídolo y que sostenían una pancarta con un mensaje de bienvenida. Eso, y una banda de músicos que interpretaba los acordes del popular La chica ye-ye. Waters saludó a todo el mundo, encantado de la vida y abrumado por la acogida. De entrada, quedó prendado por la singularidad y encanto del edificio escogido para el evento. “Este sitio es precioso, ¿sabéis si Divine estuvo aquí alguna vez? Le habría encantado”, apuntaba nada más empezar.
Waters, de 71 años, transmite serenidad y lo cierto es que dan ganas de charlar con él durante horas. Para la ocasión, luce su archiconocido y finísimo bigote (homenaje a Little Richard), viste una impecable chaqueta azul, unos calcetines verdes y unas gafas de sol de las que no se despegaría durante toda la entrevista, alegando que olvidó sus gafas de ver y que estas que lucía estaban graduadas (“No soy tan pretencioso de llevar gafas en interiores”, se excusa). El encuentro se produce en la misma sala que alberga la exposición Bad Taste, que sería inaugurada unas horas después. No elude ningún tema y habla sin tapujos, y con su particular ironía, de todo lo que se le pregunta.
Lo cierto es que el gurú del mal gusto empezó a hacer cine siendo muy joven. Ya de niño comenzó a leer mucho, a interesarse por aquello de contar historias y a ganarse un dinero, entre los once y catorce años, con un espectáculo de marionetas que hacía en fiestas de cumpleaños infantiles. Para su primer corto, robó varios metros de película de una tienda de cámaras donde una de las protagonistas, amiga suya, trabajaba. Para las siguientes, se hizo con un grupo de amigos dispuestos a hacer lo que Waters les pidiera y con una cámara de 8 mm que le permitiría rodar historias que intentaban subvertir los valores del ciudadano medio estadounidense. ¿Con qué pretensión? “Hacer reír a mis amigos y causar problemas”, responde sin titubeos. “Crecí viendo películas raras y ya de niño quería hacer cosas así para mis amigos. Después empecé a ver cine underground y a hacer mis propias películas con el mismo objetivo”, cuenta. Cabe señalar que Waters siempre ha contado entre sus referentes con gente tan dispar como William Castle, Federico Fellini, Russ Meyer o Andy Warhol.
En más de una ocasión ha confesado que sus padres siempre fueron muy comprensivos con él, aunque cree que nunca llegaron a entenderle del todo. Y es posible que no lo lograsen por la conservadora educación que habían recibido. Aun así, fue su padre quien le prestó el dinero necesario para rodar sus primeras películas. Un dinero que Waters le iba devolviendo con intereses y que ‘obligaba’ a su padre a seguir financiando varios de los trabajos experimentales de su retoño. “Me encanta meterme en líos, porque los líos me hacen sentir vivo”, apunta.
Así comenzó a trabajar con el actor norteamericano Harris Glenn Milstead, más conocido como Divine, que falleció en 1988 y que trabajó bajo la órdenes de Waters por primera vez en el cortometraje Eat your makeup (1968), interpretando a la mismísima Jacqueline Kennedy. El cineasta conoció a su ‘musa’ un poco antes, cuando ambos eran aún adolescentes y Divine se mudó con sus padres a su mismo barrio. Divine era entonces Glenn, un chico afeminado y con sobrepeso, al que sus compañeros de colegio acosaban y golpeaban casi a diario. Waters logró convencerle para rodar, a mediados y finales de los sesenta, varias películas de dudosa calidad técnica pero divertidas e indispensables en la filmografía del americano.
La obra culmen de esta primera etapa sería para ambos Pink Flamingos (1972), considerada por muchos como la película más asquerosa del mundo y rodada con un presupuesto de apenas diez mil dólares. Teniendo en cuenta que, entre otras cosas, la película incluye escenas de orgías, incesto y coprofagia, no es raro imaginarse a Waters peleando con la censura de la época. “Hemos luchado siempre contra la censura. En cada juzgado me condenaron por ‘Pink Flamingos’, pero yo acababa pagando la multa porque me resultaba más barato que contratar abogados”, comenta. Por esa razón, Waters no podía creérselo cuando la película se proyectó por primera vez en una sala de cine de medianoche en Nueva York, y más de cuarenta personas fueron a verla. Y lo mejor de todo es que el boca a boca funcionó e hizo que todo el mundo quisiera ser testigo de aquel ejercicio de mal gusto y acudiera a verla, lo que posibilitó que la película se mantuviera en cartel durante diez años.
Eso sí, Waters reconoce que, aunque hace un tiempo escribió un relato sobre Pink Flamingos “evitando las partes más asquerosas”, no le pondría hoy día la película a un hijo suyo de nueve o diez años. “Los niños estaban encantados, pero los padres que habían visto la película se escandalizaban pese a que no decía nada de manera explícita”, señala.
Durante años, el director fue considerado una persona excéntrica y un creador de historias basura. “Cuando éramos jóvenes, todo esto que hacíamos era ilegal. No podías rodar las películas que rodábamos, ni trabajar con drags, ni con pin-ups. Nosotros desafiábamos a quienes nos perseguían justamente haciendo lo que no querían que hiciéramos, pero no nos guiaba una voluntad política. Sencillamente, nos gustaba”, dice. Y es que, en esa época, no era fácil ser John Waters, y en más de una ocasión tanto su cuadrilla como él tuvieron que salir corriendo en mitad de un rodaje para evitar ser detenidos por la policía.
Waters empezó a escribir libros y siguió haciendo películas más o menos underground, hasta que rodó Hairspray (1988), uno de sus títulos más alabados por la crítica y que al cabo de un tiempo se convertiría en un exitoso musical de Broadway. Después vendrían otros títulos ácidos y con mensaje crítico, aunque más cercanos al mainstream, como Cry-Baby (1990), con Johnny Depp, o Los asesinatos de mamá (1994), protagonizada por Kathleen Turner. La última película que Waters dirigió fue la irreverente comedia sexual Los sexoadictos, en 2004. Son muchos los que se preguntan si el cineasta se volverá a poner detrás de las cámaras, pero ni él mismo tiene clara la respuesta. El director considera que hoy en día es difícil (y caro) hacer cine sin contar con el apoyo financiero de Hollywood. “Se ha perdido el espíritu del cine independiente. Ya no existen películas que puedan costar seis millones de dólares. O quieren de un millón o de cien millones”, comenta. Además, asegura que Hollywood es capaz de lograr recaudaciones de cien millones de dólares de películas que no le parecen nada divertidas y no comparte la misma idea de lo que debe ser el cine transgresor con la ‘meca’ del cine.
Waters aprovechó la entrevista para hablar, como no podía ser de otra forma, de su concepto de mal gusto. Y ahí salió a relucir su famosa cita: “Para entender el mal gusto, hay que tener muy buen gusto”. El artista es de los que piensa que eso de querer hacer una película pretendidamente escandalosa no suele dar buen resultado. “Lo intentan demasiado en serio, y así no funciona”, explica. Y aprovechó para darle un poco de cera a Donald Trump, actual presidente de los Estados Unidos, y hablar del humor como arma para combatir la dura realidad que nos rodea. “Hoy es difícil reírse del mal gusto en Estados Unidos, cuando tenemos un presidente que parece una broma […]. El mal gusto es un arma política que podemos usar políticamente contra esto”, explica.
Actualmente, Waters lleva una vida relativamente tranquila, a pesar de sus continuos viajes, y es algo que agradece. Cuenta que sigue residiendo en Baltimore, ciudad que ama, y tiene, además, otros dos apartamentos, uno en Nueva York y otro en San Francisco. También continúa veraneando en Provincetown (Massachusetts), donde cada año alquila una casa. Como es un hombre de rutinas fijas, apunta que cuando está en casa se levanta cada día muy temprano, se toma un té y lee sus seis o siete periódicos. A continuación, mira el correo electrónico y empieza a escribir o pensar en ideas para posibles proyectos, que por la tarde comparte con su equipo de trabajo. Cuando no tiene nada que hacer, disfruta leyendo o cocinando. Y, a veces, visita la tumba de Divine, en el Prospect Hill Cemetery de Towson, donde ya hace tiempo que adquirió una tumba en la que ser enterrado junto a su amigo el día que fallezca. “Pat Moran [directora de casting y amiga personal de Waters] compró la parcela de al lado mío, y también mi amiga y actriz Mink Stole”, apostilla. Y, de momento, continúa con su gira de presentación de su último libro, a la vez que termina de escribir otro que llevará por título Mr. Know-It-All (El sabelotodo). Un libro que, en palabras del propio cineasta, “reúne toda esa información que una persona debería tener, las lecciones fundamentales antes de que le influenciasen socialmente”.
John Waters es un hombre educado, sí. Pero también es muy agradecido. Por eso, y haciendo gala de su caballerosidad, aprovecha el encuentro con la prensa para dar las gracias a seguidores y periodistas antes de despedirse. “Gracias por hacer que nunca haya tenido que tener un trabajo de verdad”, bromea.