Nueva York y los sueños: crítica de «Manuel Bergman» y entrevista a Pablo Herrán de Viu
Para aquellos que no la han pisado nunca, Nueva York es una fábrica de sueños. Pero quien, como Pablo Herrán de Viu, ha vivido allí, sabe que la realidad es otra. Ahora bien, no por ello deja la icónica ciudad de ser uno de los lugares más enriquecedores del mundo. Y es que la aceptación del desengaño puede ser el mejor modo de crecer como persona. Con Manuel Bergman (2017), el joven autor mallorquín plasma las vivencias acumuladas durante los ocho años que pasó en Nueva York, ofreciendo su particular homenaje a la ciudad a través de un personaje perdido en sí mismo con el que muchos millennials se sentirán identificados.
Tras pasar dos años en el piso de su novio, Jorge siente que ha perdido la motivación que lo llevó a mudarse a la seductora Nueva York. Él quería y quiere escribir para sacar cuanto lleva dentro, pero nunca parece encontrar el momento para hacerlo. La ciudad lo ha decepcionado y la relación lo ha asfixiado. Es, por tanto, el momento de empezar de cero. En un acto de valentía que los conformistas tacharán de insensatez, este aspirante a guionista renuncia a la comodidad de que ha gozado hasta el momento para caer al vacío, habiendo de enfrentarse a una metrópoli mucho más hostil de lo que el cine de Woody Allen deja entrever. Este arrebato de coraje lo lleva a conocer a personas fascinantes que, como él, luchan por abrirse un camino en Nueva York y en la vida: una excéntrica y anciana dramaturga hilarantemente propensa a ser atropellada, dos inmigrantes ilegales antaño ilusionadas pero ahora sumidas en la tristeza, un resuelto chapero capaz de tornar la prostitución en un mundo deslumbrante… El alocado contacto con ellos y la necesidad de adquirir una nueva identidad (la de Manuel Bergman, título del libro) llevan al chico a replantearse sus prioridades y hacer lo imposible por triunfar como escritor, algo para lo que un cúmulo de decepciones termina siendo la clave. Así, Manuel Bergman nos recuerda que más vale reinventarse que perder la ilusión o que una identidad falsa puede ser la mejor forma de dar con uno mismo.
Formado en el séptimo arte, Pablo Herrán de Viu escribe con ritmo y solvencia, ofreciendo diálogos harto ingeniosos (muchos de ellos, dignos de enmarcar) sin dejar de lado la fuerza de la introspectiva narración en primera persona, la cual sume al lector de lleno en el desventurado corazón del protagonista y alter ego. Cada uno de los quince capítulos de esa novela retrata un día, desde el amanecer hasta el anochecer, de este joven perdido en una ciudad que ni es la suya ni la de nadie, sino la de todos: los que sueñan, sí, pero también los que dejaron de hacerlo. Agridulce pero llena de vida, Manuel Bergman atrapa desde la primera página gracias al sumo mimo de cada una de sus palabras, ofreciendo un melancólico retrato de la generación X: aquella que no acepta un “no” por respuesta. Uno de los grandes descubrimientos del año.
A continuación, os dejo con mi entrevista a Pablo Herrán de Viu, autor de Manuel Bergman, durante la que confirmé cuánto hay de él en la novela.
Atendiendo a tu biografía y lo que tratas en Manuel Bergman, sé por dónde van los tiros, pero… ¿cómo nace esta novela?
Efectivamente, estuve ocho años en Nueva York y me dediqué a esta novela durante los tres últimos. Manuel Bergman nace de las experiencias acumuladas durante ese tiempo y lo que fui observando en la ciudad, lo que más me llamaba la atención, los personajes que me rodeaban…
Hay personajes muy variopintos, casi excéntricos, en la novela; ¿son entonces personas reales?
Sí; el protagonista está inspirado en mí, pero en cierto punto de la novela se separa mucho de mí para convertirse en un personaje de pleno derecho; sin embargo, los personajes secundarios están inspirados plenamente en personas reales que se cruzaron en mi vida (algunos, fugazmente).
Retratas Nueva York como un lugar para experimentar, un lugar donde aprovechar la vida al máximo… Pero a la vez todos parecen estar chiflados, ¿fue esta tu sensación?
Sí, la gente no está en Nueva York por casualidad; quien decide mudarse allí suele hacerlo por la ambición, los sueños y el dinero; al tratarse de una ciudad tan cara, la gente va con un objetivo muy claro y va a por él día tras día; eso lleva a dar con gente ansiosa, decepcionada, frustrada… Hay un abanico de personajes en situaciones extremas.
De ese abanico destaca también la multiculturalidad… ¿Encuentra quien llega de nuevas a Nueva York consuelo en quienes están en su misma situación?
Sí, Nueva York es un punto de encuentro de culturas; el inglés que se habla allí es meramente comprensible porque cada uno lo habla de una forma; yo podía contar con los dedos de una mano a mis amigos neoyorkinos, americanos incluso. Aparte, estuve trabajando un tiempo en un festival de cine centrado en el tema de la migración, con lo que tenía esta cuestión muy cerca de mí. Quise explorar cómo la gente se reinventa para adaptarse a una cultura que realmente no tiene cultura propia.
Muchos tenemos la idea de Nueva York como un lugar para empezar de cero… Tú que lo has vivido, ¿crees que ese sueño es real? ¿O es una ciudad de almas frustradas?
Nueva York es un lugar único porque todo el mundo va allí con un objetivo; esa energía se nota en la gente, la calle…, es un lugar lleno de vida; eso es muy bueno y, claro, cuando lo pierdes… lo notas. Pero también hay un toque peliculero de Nueva York como una fantasía donde los sueños se cumplen. A mí los primeros meses se me hicieron insufribles, me costó mucho adaptarme. Y conozco poca gente a la que no haya pasado lo mismo. Te pegan una buena ostia nada más aterrizar, te sientes como una hormiga.
Aun así, ¿lo echas de menos?
Sí, pero no volvería. Es una situación extraña: a veces, veo una película, aparece una escena rodada en Manhattan, y me entra un ataque de ansiedad. Pero también hay momentos en que pienso en la peculiaridad de esas personas y ambientes y lo añoro. Amor-odio, supongo.
¿Y cómo abordaste ese personaje que eres tú pero no eres tú…?
El personaje es un chico joven, veinteañero que se muda a Nueva York con la ambición de convertirse en guionista; todo eso me atañe, claro. Pero conforme iba escribiendo me iba distanciando más de él, iba surgiendo un personaje con el que jugar. Manuel Bergman estaba tan perdido que podía hacer con él lo que quisiera.
El libro se llama Manuel Bergman, que es el nombre que el personaje toma como parte de la nueva personalidad que se forja en Nueva York; ¿es necesaria esa nueva personalidad para abrirse un camino en esa ciudad?
El tema de la identidad falsa para conseguir los papeles es una realidad del día a día en Nueva York. Por temas de visado, mucha gente se va a una calle especifica del barrio de Jackson Heights (Queens) y obtiene una identidad falsa. Lo irónico es que Jorge utiliza esa nueva identidad, ese personaje, para encontrarse a sí mismo. No creo que sea necesaria tener una identidad falsa en Nueva York, pero lo cierto es que todo el mundo que aterriza allí para pasar una larga temporada deja de tener las ideas claras… Porque todo funciona de forma distinta.
Bueno, no voy a preguntarte por tus propias ilegalidades, pero sí por el nombre del personaje. Manuel Bergman, en honor a Ingmar Bergman, ¿por qué?
El protagonista admira a Ingmar Bergman, quien está presente en la idea de los sueños de ser guionista. Pero, claro, el tono de la novela tiene poco que ver con el cine de Bergman. Yo identifico “Manuel” con la parte torpe de Jorge y “Bergman”, con sus sueños.
El tono es efectivamente mucho más naturalista; los diálogos son especialmente naturales, ¿cómo los trabajaste?
Toda mi formación proviene del cine; yo me fui a Nueva York para estudiar realización, con lo que el diálogo ha estado siempre muy presente en mi vida. Cuando leo, me gusta la naturalidad: olvidarme de que estoy leyendo. Ese era uno de mis objetivos, ser lo más natural posible, basándome en cómo habla la gente. Evidentemente no pude transcribir conversaciones reales pero sí me basé mucho en ellas; durante mi estancia allí me fije mucho en la forma de hablar de cada uno.
La novela tiene mucho diálogo, pero también introspección narrativa del protagonista; como cineasta, ¿ves esta Manuel Bergman trasladada al cine?
Me encantaría, claro. Como cineasta, siempre eché en falta esa voz narrativa, porque, antes incluso de estudiar cine, cursé escritura creativa. Pero luego, cuando escribo narrativa me dicen que soy muy cinematográfico. Mientras escribía Manuel Bergman sentía que estaba creando un guion, con lo que la adaptación sería sencilla, aunque habría que resolver el tema de la introspección.
¿Te gustaría ser tú quien lo hiciera?
Sí; quizá con ayuda, pero sí al menos estar involucrado.
La contraportada de la novela habla de “ecos de J. D. Salinger, John Fante y Paul Auster”. ¿Están estos autores entre tus referencias?
Bueno, ese párrafo fue cosa de Dos Bigotes. Fue un honor, pero pensé que igual se habían pasado. Auster y Salinger me gustan mucho, pero Fante es especialmente importante para mí. Siempre me cuesta mucho hacer listas de autores favoritos, con lo que para decidir pienso en qué escritores me han llevado a buscar toda su obra tras leer la primera, y Fante es uno de ellos: me leí todos sus libros, uno tras otro. Además, él trabajó mucho el guion, con lo que sus novelas tienen ese punto cinematográfico que también me caracteriza a mí. Que me relacionaran con él fue un honor porque realmente estoy influido por él.
Recomiéndanos una novela de John Fante, ya que estamos…
Pues… Pregúntale al polvo (1939) y Llenos de vida (1952).
Y, aparte de estos nombres, ¿qué referencias tienes?
De literatura me encanta Isaac Bashevis Singer, un escritor polaco que se mudó a Nueva York y desarrolló toda su obra allí. Me fascina su punto sarcástico. A nivel, cinematográfico, Ingmar Bergman es importante, claro, pero admito que, aunque es un director que me pegó muy fuerte durante mis años universitarios, hace años que no veo anda suyo: su tono, tan frío, ahora me da pereza. También soy muy fan de una directora argentina llamada Lucrecia Martell, porque sus películas son como la vida misma, que es justo lo que yo intento conseguir.
Hablando de naturalidad; el protagonista es gay pero no se hace un mundo de ello: lo es y punto…
Exacto. Mi objetivo no era hacer una obra gay. Por supuesto, hay que seguir luchando, pero creo que hoy en día la mayor reivindicación es que un personaje gay no sea algo excepcional sobre lo que poner un foco de atención. La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) es un ejemplo de ello: que sus protagonistas sean lesbianas es lo de menos.
Sin embargo, has publicado con una editorial LGTB, Dos Bigotes, ¿cómo fue ese proceso?
Acabé la novela al mudarme a Madrid. Nunca antes había vivido aquí: soy de Mallorca y estudié en Barcelona. Vine sin contactos y pensando que sacar esto a la luz sería fácil. Pero entonces vi que era misión imposible, nadie me hacía caso. Dos Bigotes siempre me había encantado, por el sumo cuidado que invierte en cada uno de sus trabajos. Además sentía que mi novela podía encajar en su colección. Ellos sí me contestaron al email, pero para decirme que no aceptaban manuscritos en ese momento. Al cabo de unos meses, vi en Instagram que estaban en la feria del libro de Vallecas y me fui corriendo con una copia. Al ver mi esfuerzo, me dijeron que lo leerían, pero más adelante. En verano recibí el email de confirmación. Y es todo un honor: te sientes muy arropado con ellos.
¿Tienes otros proyectos en mente? ¿Cine, literatura…?
Al acabar el libro, me pasé una temporada sin trabajo. Con una novela acabada pero ningún plan profesional. Al principio, me encerré en casa con mis ahorros. Tenía una segunda historia en la cabeza y me puse a ello. Lleva meses en el cajón y ahora la estoy retomando; veremos. Es una obra muy relacionada con Manuel Bergman, porque se centra en uno de sus personajes secundarios. Aparece incluso el propio Manuel, pero está vez debe conformarse con hacerlo en segundo plano.