OT 2017 en clave LGTB: Operación Triunfo… en talento, esfuerzo, espontaneidad y pluralidad
El 22 de octubre de 2001 daba comienzo en TVE uno de los grandes fenómenos mediáticos de la historia de nuestro país: Operación Triunfo, éxito televisivo sin precedentes que convirtió a Rosa, David Bisbal, David Bustamente, Chenoa, Manu Tenorio, Verónica, Nuria Fergó, Gisela, Naím Thomas, Alejandro Parreño, Juan Camus, Natalia, Álex Casademunt, Javián, Mireia y Geno en parte de nuestra familia. Aquello no era un talent show ni un Gran Hermano, sino una idónea fusión que conjugaba las dotes artísticas con las historias personales, convirtiendo así cada número musical en todo un relato. ¿Pero qué faltaba? Pues algo tan simple e importante como la pluralidad. Y es que, más allá de los kilos extra de la ganadora, todos encajaban, tanto en los parámetros de belleza exigidos por la sociedad, como en la máxima heteronormatividad (con respecto al primer punto, no hay discusión; con respecto al segundo, desde luego nadie manifestó con claridad lo contrario). Dieciséis años después, las exigencias estéticas de la televisión siguen intactas, pero no así las cuestiones de género e identidad: Amaia, Aitana, Miriam, Alfred, Ana Guerra, Agoney, Roi, Nerea, Cepeda, Raoul, Mireya, Ricky, Marina, Thalía, Juan Antonio y Mimi son monísimos, sí, pero aun así perfectos representantes de la juventud contemporánea, tornando el programa en uno de los retratos más relevantes que han surgido de la generación milenial. El 23 de octubre de 2017 empezaba OT 2017 y, con él, la magia.
Y, claro, por eso tiene Operación Triunfo cabida en esta columna. Por las manos entrelazadas de Amaia y Ana Guerra al término del “Todas las flores” de la gala 2. Por los pegaditos ensayos de Agoney y Ricky del “Mientes” que cantarían en la gala 3. Por el espontáneo morreo que Marina dio a su novio trans, Bast, cuando recibió su visita durante la gala 5. Por la sentida actuación romántica que Agoney y Raoul nos regalaron de “Manos vacías” en la gala 7, beso final incluido (más intenso durante el pase de micros, todo hay que decirlo). Por el sensual jugueteo entre Ana Guerra y Mimi durante el “Lady Marmalade” de la gala de Navidad. Por la provocadora interpretación que Agoney hizo de “Where have you been” en la gala 12. Y, sobre todo, por el potente “A quién le importa” de la gala 7, indudablemente el mejor número grupal de la edición gracias tanto al portento vocal como al sentido que todos dieron al importante mensaje de la canción. ¡Y todo en pleno prime time! Poco importa, de hecho quiénes son puramente heterosexuales y quiénes no, porque todos han hecho gala de máxima naturalidad a la hora de aceptar a quienes no lo son, entre los que se cuenta más del veinticinco por ciento.
A los concursantes hay que añadir, por supuesto, el carisma de los Javis, directores de La llamada [crítica], quienes no sólo han sorprendido como profesionales sino que, desde el humor desvergonzado y la implicación emocional, han contribuido enormemente a desmontar tópicos y celebrar diferencias, y ya no hablamos sólo de la cuestión LGTB: los problemas dentales de Nerea, los ataques de ansiedad de Alfred, los complejos físicos de Miriam… ¡Hay tantas formas de ser y sentirse diferente…! Y, claro, el impacto que algo así puede tener entre la juventud es impagable… De hecho, no me imagino lo que habría supuesto que alguno de mis ídolos del primer OT, cualquiera, hubiera siquiera mencionado el espectro de posibilidades de la sexualidad. Pero, claro, eran otros tiempos, y no toca criticar lo que no se hizo, sino reivindicar lo que por fin se ha hecho. Por supuesto, ha habido concursantes abiertamente LGTB en otras ediciones (tres de ellos en OT6/2008: Israel, Chipper y Tania G, aunque el primero fue Israel, en OT3/2003), pero ni se hablaba demasiado de ello ni quedaba plasmado en el propio espectáculo.
Todo ha sido mágico en OT 2017, tanto un canal 24 horas que nos ha tenido completamente enganchados precisamente porque nunca antes habíamos dispuesto de un retrato tan sincero de la esperanzadora juventud actual, cada vez más liberada de las ataduras de las viejas generaciones, como unas galas semanales en las que cada actuación era un acontecimiento y cada nominación o expulsión un drama precisamente porque habíamos seguido todos los pasos que habían llevado a Roi, Thalía o Mireya hasta ahí. Al final, cada lunes se convertía en una montaña rusa de emociones que, a menudo, dejaba a la audiencia desgarrada. Y es que, pese al triste haterismo despertado en Twitter (todo un icono de esta edición, con sus hashtags diarios y memes multiuosos), lo cierto es que todos cada uno de los dieciséis concursantes, desde la tristemente primera expulsada (Mimi) hasta la flamante ganadora (Amaia), tenían a España enamorada.
Quizá Mónica Naranjo (que, junto al resto del jurado, Joe Pérez-Orive y Manuel Martos, ha sido de lejos lo peor de la edición, y no por su exigencia o dureza, sino por las malas formas a la hora de emitir juicios a menudo exentos de sentido que buscaban más el sensacionalismo o el propio protagonismo que enderezar el camino de los concursantes) no llorara cuando viajó de joven sola a no sé dónde, pero Aitana no fue la única que lo hizo ante la expulsión de Cepeda: todos lo hicimos, por él, y, sobre todo, por ella, en cuyo corazón roto era imposible no verse de algún modo reflejado. Asimismo, triunfó el amor en la gala de Eurovisión, donde “Tu canción” fue elegida tanto por su sensibilidad y dulzura como, sobre todo, por la magia que enlazaba a Amaia y Alfred, dos “raritos” (y lo digo en el mejor sentido de la palabra, ¿quién quiere ser normal hoy en día?) unidos por el amor por la música, un arte al que ambos se dedican en cuerpo y alma desde la composición hasta la interpretación tanto vocal como instrumental, desmontando las afirmaciones de quienes, desde la ignorancia, ven en los concursantes meros vocalistas fabricados en serie.
La sensación de vacío que ha dejado el final de esta maravillosa edición de OT, quizá la mejor de todas precisamente por lo que se ha venido comentando (aunque la primera siempre será especial), se debe al cariño inmenso que España ha cogido a sus concursantes y a la tranquilidad que daba saber que, pasara lo que pasara, ellos seguían allí encerrados, aprendiendo a ser mejores artistas y mejores personas. Nada más dar comienzo la edición, ya tuvimos un perfecto ejemplo: «¡has gritado como una nenaza!», dijo Mimi; «“eso es un poco sexista…», contestó Alfred; «eso es muy sexista, lo siento», reconoció Mimi (chapó por ambos). Y es que la espontaneidad y el talento de los 16 concursantes han ido acompañados de humildad, solidaridad, esfuerzo, dedicación, responsabilidad y, sobre todo, ganas de mejorar en todos los aspectos, tornando cada semana de programa también a los espectadores en mejores personas. Sentirse triste ahora es inevitable, pero recordemos la letra de esa canción que plasma tan bien la magia de este programa: camina, da un paso al frente y respira; es un regalo de la vida, nada nos puede frenar… y siente que la música nunca termina, sigue creando melodías, que lo bueno está por llegar.