El Orgullo Crítico de Madrid se consolida como espacio de disidencia y reivindicación de un activismo interseccional
El pasado jueves, 28 de junio, tuvo lugar en Madrid la manifestación del Orgullo Crítico 2018, bajo el lema «Orgullo es transgresión». Una manifestación alternativa al Orgullo LGTB mayoritario, al que cada vez más activistas acusan de haber perdido su esencia reivindicativa y haberse dejado comer el terreno por lo mercantilista y lo institucional. Con un cambio de recorrido que simboliza su vocación de crecimiento, una visión interseccional y un poder de convocatoria cada vez mayor (la asistencia crece año tras año), lo cierto es que, se esté o no de acuerdo con su planteamiento, el Orgullo Crítico de Madrid está aquí para quedarse.
Los organizadores del Orgullo Crítico decidían este año, en asamblea abierta, trasladar el punto de arranque desde la tradicional Plaza de Tirso de Molina a la Plaza de Neptuno, y seguir un recorrido que les llevó por el Paseo del Prado, Cibeles, Alcalá y Gran Vía, hasta finalizar en la Plaza de Callao. «Todo esto con el motivo de lograr una mayor visibilidad de nuestra marcha y tomar calles con mayor impacto en la ciudad, creando también un Orgullo Crítico más accesible e inclusivo», explican en su web. Una decisión sin duda acertada, que permitió a los cada vez más numerosos manifestantes expandirse y visibilizarse:
El Madrid disidente salio ayer a las calles
Nuestro orgullo no se vende
Se defiende pic.twitter.com/dHzcVV9V3W— Orgullo Crítico (@OrgCriticoMad) 29 de junio de 2018
El Orgullo Crítico, conviene precisar, cuenta ya con una larga tradición en Madrid, y hace años que es una de las citas ineludibles del activismo social autogestionado como respuesta al Orgullo LGTB mayoritario. Pero este año ha logrado una especial trascendencia, llevado en volandas por el hartazgo de una parte del colectivo LGTB ante lo que consideran apropiación de una lucha reivindicativa por intereses mercantilistas. «El Orgullo se ha convertido en una fiesta sin memoria y vacía de toda reivindicación», explican sus organizadores. «En Madrid, la marca MADO es quien se encarga de organizar el Orgullo. MADO es una alianza entre el Ayuntamiento, la FELGTB y COGAM y los y las empresarias del lobby LGTBI agrupados en torno a la asociación AEGAL», argumentan. «Sin embargo, en esta alianza, AEGAL es quien organiza y la FELGTB y COGAM son entidades colaboradoras. El resultado (…) es que progresivamente se ha ido despojando al Orgullo de su intrínseco carácter político y transgresor, convirtiendo nuestras luchas en un nicho de mercado, en poco más que un gran desfile, abarrotado de marcas de publicidad. Tal y como decíamos el año pasado, nos parecería absurdo ver marcas de publicidad en una manifestación del 8 de marzo o del 1 de mayo. Si esto es así, ¿por qué no nos parece absurdo y perverso que haya publicidad en la supuesta manifestación por los derechos de las personas disidentes de sexo, género o de corporalidades diversas?», añaden.
Críticas que se hacen también extensivas a la esfera institucional y a los partidos políticos «que pretenden ocultar sus politicas neoliberales bajo una imagen LGTBfriendly y tolerante». El perfil de Twitter del Orgullo Crítico denunciaba, por ejemplo, el que partidos como Ciudadanos, PSOE e incluso PP hicieran un «lavado rosa» de su imagen con motivo del Orgullo, coloreando sus logos con la bandera del arcoíris.
Un sentimiento compartido por las personas asistentes, que enarbolaron por las calles del centro de Madrid lemas como «El Orgullo no se vende» o «Nuestro Orgullo no es tu negocio». La demanda de un enfoque interseccional de la lucha LGTB era también palpable en lemas como «El Orgullo será antirracista o no será», la participación de un bloque migrante racializado o las alusiones a la reivindicación transfeminista. La denuncia de cómo otras identidades distintas a la del varón blanco cis y gay se sienten invisibilizadas en el Orgullo impregnaba toda la marcha («Tu activismo blanco no me representa»), con fuerte presencia de personas trans y de género no binario.
Este año 2018, el Orgullo Crítico venía además precedido de varias polémicas que sin duda han contribuido a galvanizar los ánimos de los asistentes, como el desalojo extrajudicial de La Pluma (Centro Social Okupado Transfeminista) del edificio que había ocupado en Chueca, la amenaza de desalojo que pende sobre La Ingobernable, otro centro social ocupado o las protestas por la actuación en Madrid (al margen de la programación del Orgullo) de la ganadora de Eurovisión 2018, la cantante Netta Barzilai, en lo que los organizadores del Orgullo Crítico consideran un acto más de pinkwashing por parte del Estado de Israel.
Un Orgullo que está aquí para quedarse
Desde esta página nos hemos alineado siempre frente a las críticas injustas que año tras año ignoran el entusiasmo de los activistas que participan en la Manifestación Estatal del Orgullo LGTB (evento que convocan en exclusiva COGAM y FELGTB), el compromiso de los numerosos colectivos allí presentes y su peso reivindicativo.
Por otra parte, las fortalezas del Orgullo LGTB de Madrid como fenómeno global son evidentes, sobre todo por un hecho que lo hace único: una reivindicación de derechos de una minoría ha acabado por dar lugar a la fiesta más importante de la ciudad. Algo inédito, que ha acabado por condicionar la reivindicación original. Y que en el pasado ha dado lugar a no pocos errores de bulto. Aún recordamos lo sucedido en 2012, cuando personajes como Kiko Rivera (que pocos años antes había mostrado su malestar porque alguien pudiera pensar que era «maricón») o Carmen Lomana fueron incluidos en el programa del Orgullo.
Lo decíamos ya en 2017: quizá sea hora de que ese componente de fiesta de la ciudad, que desborda las capacidades organizativas de los colectivos y que resulta díficil concebir sin una cierta participación institucional y/o comercial, sea gestionado de otra manera (sea mediante una entidad mixta Ayuntamiento-colectivos, sea mediante otra solución). Es necesaria además una oferta más rica y variada de los espacios festivos y una mejor promoción de espacios y actividades culturales. El año pasado pudimos disfrutar, por ejemplo, de iniciativas como La Culta o El porvenir de la revuelta, que deberían tener continuidad e ir a más. Ello exige implicación institucional y planificación continua.
Es imposible, sin embargo, dar satisfacción a todos los espacios reivindicativos, especialmente a los que empujan desde los márgenes. De ahí que el Orgullo Crítico sea ya insustituible como espacio de disidencia frente a lo que muchos creen que se ha convertido en una nuevo espacio de normatividad. Y eso es buena noticia.
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Flick
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