Cómo NO representar a la comunidad LGTB: críticas de la película «Bohemian Rhapsody» y el libro «El caso de las japonesas muertas»
Pese a que la aceptación de la comunidad LGTBIQ+ en el mundo occidental es cada vez más positiva, todavía hay muchísimo por hacer, como muestran las numerosas representaciones erróneas que hace de ella el mundo cultural, sobre todo cuando trata de llegar a todos los públicos. Ese es tristemente el caso de las dos obras a las que me dedico hoy, ambas creadas con buenas intenciones (o eso espero), pero finalmente negativas para las minorías a las que se dedica: la película Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer, y la novela El caso de las japonesas muertas, de Antonio Mercero.
Bohemian Rhapsody (2018) es un biopic sobre el británico Freddie Mercury, vocalista del grupo de rock Queen, que fue dirigido por Bryan Singer hasta que fue despedido y sustituido por Dexter Fletcher, supuestamente por faltar al rodaje, pero quizá también a raíz de las serias acusaciones de abuso sexual de menores que pesan sobre él. No voy a adentrarme en ese tema porque, aunque, cuando el río suena, agua lleva, todo el mundo debería ser inocente hasta demostrarse lo contrario, pero lo que está claro es que no es una noticia precisamente positiva para nuestra comunidad. En cualquier caso, los problemas de la película van mucho más allá de eso, al darlo todo en los momentos musicales y muy poco en profundizar en la personalidad de su sujeto o la esencia del grupo al que perteneció. Especial atención, dada la web donde nos encontramos, merece la cuestión de la homosexualidad de Mercury, presentada prácticamente como una droga (ironías de la vida: la drogadicción se margina por completo) que al final termina con su vida (en forma de sida, claro). Cierto es que la época no permitía vivir la sexualidad con la relativa libertad de ahora, pero el guion de Anthony McCarten concede demasiada relevancia a la relación entre el protagonista y su novia, transmitiéndose la idea de que esa fue la gran historia de amor de Mercury. Por su parte, la comunidad gay queda plasmada como una fiesta constante cuyos excesos alejan a Mercury de la banda (o sea de su objetivo vital), habiendo tan sólo un par de sutiles escenas dedicadas a su relación con el hombre que terminaría siendo su pareja hasta el fin de sus días. Para colmo, algo en ellas se antoja incómodo. Rami Malek, estrella de la serie Mr. Robot, ofrece una transformación impresionante, pero no logra que el alma de su icónico personaje sea visible entre tanto aspaviento. No estamos ante una película necesariamente homófoba, pero tampoco parece que se tuviera demasiado en cuenta que Freddie Mercury, entre otras cosas, era un icono gay, presentándose esa parte de su identidad como el causante de un problema tras otro. Tan sólo la escena final del concierto es merecedora del gran éxito de taquilla cosechado.
En segundo lugar quiero hablar de la novela El caso de las japonesas muertas (2018), la cual me ha enfadado entre otros motivos porque perdoné en su día los errores de El final del hombre (2017) [crítica y entrevista], confiando en que serían corregidos en sus secuelas. Pero no ha sido el caso: la obra que nos ocupa mete todavía más la pata en la plasmación de la identidad trans (recordemos que estamos ante una saga protagonizada por una detective trans que dará pronto el salto a la televisión), y encima hace lo propio con las innumerables realidades sociales que Antonio Mercero, desde su estatus de hombre cisgénero heterosexual blanco, busca abarcar sin molestarse en entender. Nada más presentar a Sofía Luna, la protagonista, se cae en el error de afirmar que sólo es mujer desde la operación de reasignación de sexo (a la que, por cierto, se llama “cambio de sexo”, porque el autor, que tampoco se ha enterado de que es mejor decir “las personas trans” que “los transexuales”, vive en el pasado). A partir de ahí, la transfobia brota a borbotones. Pero ahí no queda la cosa: la novela también infla tópicos en torno a las personas asexuales (presentadas como raritas incapaces de disfrutar de la vida), los homosexuales (sólo presentes como chaperos manipuladores y asesinos), las personas discapacitadas (sí, se usa la palabra “tullido” en un ámbito meramente descriptivo), los japoneses (entre otros clichés, se refuerza la idea de que son “muy escrupulosos”), los inmigrantes (sin venir a cuento, se hace hincapié en la nacionalidad colombiana de una asistenta que deja tirado al hombre del que cuida a la primera de cambio) y ¡hasta la adopción de animales! (se da a entender que un perro adoptado corre riesgo de ser más violento que uno comprado). Hasta la violación es entremezclada con “las mujeres que disfrutan siendo atadas”, como si una cosa tuviera que ver con la otra. Son tantas, tantísimas las faltas de respeto de esta novela que uno es incapaz de disfrutar de su innegablemente entretenida trama, preguntándose una y otra vez cómo es posible que una editorial de la talla de Alfaguara haya dejado pasar algo así.
¿Sabéis que es lo peor de estas obras? Que su alcance será mucho mayor que el de otras novelas y películas independientes que sí dan en el clavo en su representación y que podrían hacer mucho bien. Hace una década, podríamos pasar por alto algo así, pero estamos en un momento donde cada detalle cuenta y, por mucho que no fuera esa la intención de sus creadores, tanto Bohemian Rhapsody como sobre todo El caso de las japonesas muertas suponen un paso atrás en lo que respecta a la representación. Por mi parte, lamento haberles dado una visibilidad que no merecen, pero me parecía importante explorar este tema. Ninguna obra debería recurrir a las identidades no heterosexuales como mero recurso narrativo, todavía es pronto, prontísimo, para esto.