Los Premios Óscar 2019 en clave LGTB: triunfa la visibilidad pero no la mejor representación
La 91ª edición de los Premios Óscar ha presentado el palmarés más LGTB de la historia de la entidad, si bien la representación escogida no es necesariamente la mejor. Así, tanto la película receptora del máximo galardón (Green Book) como la que más laureles ha recibido (Bohemian Rhapsody) cuentan con protagonistas homosexuales, pero retratados desde una perspectiva reaccionaria. Aun así, hay motivos para festejar.
Como ya he comentado, la gran vencedora de los Premio Óscar ha sido Green Book, de Peter Farrelly, que, tal y como logró hace poco Argo (Ben Affleck, 2012), se ha hecho con el máximo entorchado pese a que su director no lograra siquiera ser nominado. A dicho laurel ha sumado el respectivo a mejor actor secundario para Mahershala Ali, quien ya recibió hace dos años el mismo entorchado por otra cinta de temática LGTB donde, sin embargo, encarnaba a un personaje heterosexual: Moonlight (Barry Jenkins, 2016). Se trata, por cierto, del segundo actor afroamericano que logra dos estatuillas (el primero fue Denzel Washington). Simpática pero facilona y paternalista desde el punto de vista social, la película se ha alzado con el reconocimiento a mejor guion original para Brian Hayes Currie, Peter Farrelly y Nick Vallelonga, perdiendo sólo los relativos a mejor montaje y mejor actor (Viggo Mortensen, precisamente lo mejor de la película).
Las dos derrotas de Green Book se deben a la otra cinta mencionada, Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer (más o menos, pues fue despedido por mala conducta), que dio al intérprete de ascendencia egipcia Rami Malek el reconocimiento a mejor actor por su sorprendente pero superficial transformación en Freddie Mercury y recibió también tres entorchados que van a menudo de la mano: montaje (John Ottman, quizá compensado por hacer todo lo posible por salvar la obra tras una producción harto problemática), mezcla de sonido (Paul Massey, Tim Cavagin y John Casali) y, robado a El primer hombre, de Damien Chazelle, montaje de sonido (John Warhurst y Nina Hartstone). Sólo perdió, por consiguiente, en la categoría correspondiente a mejor película, no pareciendo haberle afectado mucho la pésima fama de su realizador, envuelto en polémica por abusos sexuales. Por no hablar de los muchos tópicos donde cae la cinta al abordar la sexualidad del vocalista de Queen.
A La favorita, del siempre arriesgado realizador griego Yorgos Lanthimos, no le fue tan bien: partía de 10 nominaciones y al final sólo se hizo con la correspondiente a mejor actriz, recogida por una emocionada Olivia Colman que no esperaba en absoluto imponerse a Glenn Close (La buena esposa, de Björn Runge) pese a merecerlo por completo. Su discurso fue, de hecho, el más emotivo y auténtico de una noche por lo general prefabricado. Las nominaciones que no fructificaron fueron: película, director, guion original, actriz de reparto (Emma Stone y Rachel Weisz, ambas perfectas, pero ya premiadas en su día), fotografía, montaje, diseño de producción y vestuario, estos últimos recogidos a última hora por Black Panther, de Ryan Coogler, en lo que se antojan reñidas batallas. Quizá estemos ante una obra demasiado valiente para la Academia.
Peor suerte aún corrió ¿Podrás perdonarme algún día?, de Marielle Heller, nominada en los apartados de guion adaptado, actriz (Melissa McCarthy) y actor de reparto (Richard E. Grant) pero finalmente no premiada (en el caso de estos dos últimos, ambos geniales, frente a otras interpretaciones LGTB ya mentadas). Tampoco la sueca Border, de Ali Abbasi (que personalmente leo como un canto LGTB aunque no lo sea necesariamente), pudo imponerse en la sección del maquillaje, que dio el único premio a otra cinta que, sin ser LGTB, sí tiene un hueco para la crítica a la homofobia política: El vicio del poder, de Adam McKay. A su vez, Ha nacido una estrella, de Bradley Cooper, dio a Lady Gaga (cuyo personaje actúa en un club de Drag Queens) el esperado premio a mejor canción por «Shallow», la cual ambos interpretaron en directo con suma entrega.
Estamos por tanto ante un triunfo agridulce porque las películas de temática LGTB menos premiadas son las mejores de la edición, así como las que ofrecen una visión más progresista de nuestra comunidad (que no necesariamente positiva: ¡vaya personajes más peliagudos!). De todos modos, lo que sí podemos festejar sin lugar a dudas es que tres de las cuatro categorías interpretaciones premiaran trabajos LGTB, siendo, eso sí, una pena que ninguno de los intérpretes lo sea realmente en la vida real. Y no por ellos, que evidentemente son lo que son, sino porque los actores y actrices que han ganado el Óscar estando fuera del armario se cuentan con los dedos de una mano. (Más información sobre todas estas películas en mi última columna).
«Triunfa la visibilidad»
Creo que esa afirmación es relativa. No me malinterpretéis, es cierto que las personas del colectivo LGTBI+ somos cada vez más visibles en el mundo del cine. No obstante, las personas visibles son casi siempre las mismas: hombres gays, y alguna lesbiana (las cuales, por desgracia, son todavía muy invisibles en el cine y en la sociedad). Con un poco de suerte, se produce el milagro y aparece también alguna mujer trans (cosa que no ha pasado este año).
Pero otras personas del colectivo, como los HOMBRES TRANS, seguimos siendo prácticamente invisibles, no solo en el cine comercial, sino también en el cine en general, así como en la sociedad. Y lo que no se ve, no existe.
Así que, como ya he dicho, ese triunfo de la visibilidad es muy relativo o, por lo menos, insuficiente. En cualquier caso, es una buena señal, y espero que en el futuro se sigan dando pasos hacia delante en la visibilidad real de todas las personas que formamos parte del colectivo LGTBI+.