Los recuerdos de Pedro Almodóvar: críticas de las películas «Dolor y gloria» y «La mala educación»
Pese a tratarse de un cineasta abiertamente gay, así como de todo un icono queer, Pedro Almodóvar ha brillado más que nunca con fortísimos personajes femeninos. En 2004 se desnudó en cuerpo y alma con La mala educación, un trabajo sin duda interesante pero inferior a los que lo franqueaban (la muy heterosexual Hable con ella en 2002 y la enteramente femenina Volver en 2006). Quince años más tarde, sí ha logrado que una de sus pocas películas que pueden considerarse de temática gay (insisto: muy presente en su carrera pero rara vez protagonista) brille a la altura de clásicos como Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) o Todo sobre mi madre (1999). Hablo, claro está, de Dolor y gloria, potencial aspirante a la próxima Palma de Oro de Cannes. Y personalmente no puedo estar más feliz al respecto.
Dolor y gloria (2019) entrelaza dos momentos de la vida de Salvador Mallo, al que da vida el debutante Asier Flores (actor nato, según el realizador) en su etapa infantil, en unos años 60 de descubrimiento, y un magnífico (mejor que nunca, de hecho: el Goya es suyo) Antonio Banderas en su etapa adulta en los 80, cuando ya es un cineasta retirado afligido tanto por el dolor físico como por el que acarrea su memoria, invadida por su abnegada madre (extraordinaria Penélope Cruz, capaz de pasar por pueblerina sin perder un ápice de brillo estelar) y el irresistible albañil que hizo brotar su primer deseo (César Vicente, cuya mirada rezuma sensualidad… y verdad). El modo en que Pedro Almodóvar plasma tan poéticos recuerdos, acontecidos en una envolvente cueva que sirve de emblema del tesón español, es emocionante tanto por la maestría de la puesta en escena como por la sutileza con que quedan plasmados los misterios del alma humana. El presente (que, para nosotros, también es pasado) es más artificioso, sin que ello sea negativo, con Asier Etxeandia, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano y Nora Navas gestionando de maravilla el naturalismo melodramático que caracteriza al realizador manchego, quien aprovecha para hacer todo un despliegue de decorados exquisitos donde perderse, brillantemente apoyado, como siempre, en la música del gran Alberto Iglesias. Las películas de Almodóvar siempre son personales, pero quizá esta lo sea más que cualquier otra, desbordando una emoción muy real que, sin dejar de lado el siempre bienvenido humor, agita, destroza y consuela, más si cabe al tratarse de un ejercicio de cine dentro del cine donde todo está medidísimo sin antojarse nunca impostado (bueno, casi nunca, que el cameo de Rosalía no tienen ningún sentido). Hay dolor, hay gloria y hay mucho más, pero no es este el espacio para dedicarle el análisis que merece. Id a verla: sus imágenes hablan por sí solas.
Entre los 60 y los 80 se mueve también La mala educación (2004), la película que más evoca Dolor y gloria aun cuando, como ya he comentado, no se cuenta entre mis favoritas de Almodóvar. En los 60, dos niños descubren lo mejor y lo peor de la vida en un colegio religioso, de la mano del director del centro, el Padre Manolo; en los 80, los tres vuelven a reunirse, muy cambiados, y poco a poco van estallando los recuerdos. Gael García Bernal, Fele Martínez y Daniel Giménez Cacho ofrecen hipnóticos trabajos como el trío protagonista, pero, entre los raros acentos que se ven forzados a poner y que buena parte de las escenas están dobladas, el resultado se antoja demasiado artificioso, entorpeciendo la empatía del espectador respecto al crudísimo tema de los abusos sexuales, el cual aborda el guion desde una confusión, una oscuridad y un pesimismo poco habituales en la carrera del emblemático realizador pero apropiados dadas las circunstancias. No puede negarse, eso sí, que estamos ante un filme muy valiente y complejo, con sugerentes toques de cine negro y un harto elegante empleo de la elipsis. Además, el tratamiento de las identidades gay y trans, que por aquel entonces estaban marginadas del imaginario español (aún faltaba un año para la aprobación del matrimonio igualitario), es arriesgado y honesto. Sin encontrarse entre las cintas más redondas de Almodóvar (quien, bajo mi punto de vista, no tiene una sola creación fallida), La mala educación es especial porque algo en ella nos recuerda constantemente que el manchego está abordando cuestiones que conoce de primera mano, lo que baña el resultado de una energía turbadora que, como siempre, cobra fuerza gracias al primor escénico. Al final, pese a sus defectos, es una experiencia que en absoluto puede desestimarse.
La mala educación y Dolor y gloria, que curiosamente Almodóvar define respectivamente como el peor y el mejor rodaje de su carrera, son sus dos obras más personales, aquellas en las que, además de hablar de su madre (presente de un modo u otro en casi toda su filmografía, a destacar precisamente ese broche de oro de su última película), lo hace directamente de sí mismo: él no sufrió abusos sexuales, pero estuvo muy cerca de ellos, mientras que sí fue presa durante meses de dolores que le impidieron rodar y que, aún presentes, no volverán a dejarle ser igual. Más allá de ambas cuestiones, cimientos de estos filmes, cada situación y cada personaje beben de él, cobrando así una fuerza que traspasa la pantalla. En estas películas reside su historia. También, por cierto, fascinantes capítulos de la historia de España que no se estudian en las escuelas.