Elton John, Rudolf Nureyev y Oscar Wilde: críticas de «Rocketman», «El bailarín» y «The Happy Prince»
Pese a que rara vez lo mencionen los libros de historia, muchas de las grandes figuras de la cultura del siglo XX son homosexuales, quizá a raíz de la no tan tópica sensibilidad que suele otorgárseles. Tres de ellos acaban de ver sus vidas trasladadas a la gran pantalla: el escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900), el músico británico Elton John (1947-) y el bailarín ruso Rudolf Nureyev (1961-).
Producida por el propio Elton John, Rocketman (2019) sigue los pasos de Bohemian Rhapsody (2018) [crítica], exitoso biopic de Freddie Mercury con el que comparte tantos elementos que cualquiera diría que ambas estrellas vivieron la misma vida: adicciones, homofobia, matrimonios tapadera, dificultad para discernir entre amigos y enemigos… Sin embargo, hay dos diferencias claras: la primera, que nos encontramos ante un musical en toda regla, al hacerse uso de las canciones del músico británico para hacer evolucionar la historia y no sólo a modo de concierto; la segunda, que en esta ocasión la homosexualidad no se margina en absoluto, sino que se explota al máximo, quizá porque así lo ha hecho siempre el propio Elton John (cuyo verdadero nombre, por cierto, es Reginald Kenneth Dwight). Escuchar «Your Song» no volverá a ser lo mismo tras saber que es una declaración de amor a su letrista, Bernie Taupin, encarnado en la película por Jamie Bell, un Billy Elliot ya crecidito que conforma junto a Bryce Dallas Howard y Richard Madden un plantel de secundarios tan atractivo como desaprovechado dada la poca atención que presta el guion de Lee Hall a sus narrativas. Y es que todo lo que importa aquí es el propio Elton John, excelentemente encarnado por un Taron Egerton fastuoso al que vemos embotarse en todo tipo de atuendos excesivos como forma de protegerse de un mundo que siempre ha sido cruel con quienes se muestran diferentes. Dexter Fletcher, que ya trabajó con Egerton en la emotiva Eddie el Águila (2016), firma un trabajo correcto pero nada sorprendente. Eso sí, Egerton, además de ser monísimo, canta como los ángeles.
La convencionalidad es también una traba de El bailarín (The White Crow, 2018), película que Ralph Fiennes llevaba mucho tiempo queriendo llevar a la gran pantalla por motivos que no se perciben al verla. La vida del bailarín ruso Rudolf Nureyev estuvo llena de emociones marcadas por las huidas en todos los aspectos, pero el guion de David Hare, que parte de la novela de Julie Kavanagh, no llega a atrapar al espectador, que deberá contentarse con disfrutar de escenas sueltas pese a quizá aburrirse con un conjunto donde los flashbacks son más un agobio que una necesidad. Es una lástima, por ejemplo, que se saque tan poco partido a las escenas de baile pese a la belleza de algunos planos (a destacar, por suerte, el del encuentro sexual homosexual), lo que quizá se deba a que Oleg Ivenko, aunque excelente actor revelación, evidentemente está lejos de la grandeza de su personaje. Del resto del reparto destaca, como siempre, Adèle Exarchopoulos, de quien nos enamoramos en La vida de Adèle (2013) [cítica], y eso que en esta ocasión tiene poco con lo que jugar. El buen hacer de ambos, sumado al sinfín de localizaciones fascinantes, ofrece un digno resultado, pero debería haberse ahondado más en la personalidad contestataria del que a menudo ha sido definido como el bailarín de ballet más grande de todos los tiempos.
Sobra decir que tampoco La importancia de llamarse Oscar Wilde (The Happy Prince, 2018) está a la altura del escritor, dramaturgo y poeta que acoge su título, de quien recoge sólo los tres últimos años, cuando, recluido en un hotel de Francia con sus amigos, es presa de impulsos contradictorios: ¿ir a ver a su mujer o a su amante? Rupert Everett, el mítico amigo gay de La boda de mi mejor amigo (1998), lo da todo por su ópera prima, la cual escribe, dirige y protagoniza como declaración de amor al personaje. Su ciega fascinación no es suficiente desde el punto de vista de una puesta en escena que se antoja excesiva y poco empática, pero sí da lugar a instantáneas memorables gracias a la entrega tanto del equipo artístico como del reparto, donde sobresalen Emily Watson y, claro está, Colin Firth, quien nos regaló uno de los mejores personajes homosexuales de la historia del cine en Un hombre soltero (2009) [crítica]. En cualquier caso, estamos ante un éxito para Everett, quien llevaba tiempo en la sombra y logró colarse con este papel entre los magníficos nominados interpretativos de los Premios de Cine Europeo, lo que quizá le dé el impulso que nunca ha saboreado.
Ninguna de las películas que nos ocupan está a la altura de las figuras que retratan, algo que de todos modos era imposible. Sí logran, no obstante, ofrecer retratos justos y elegantes a los que poco puede echarse en cara más allá de la falta de riesgo que en cualquier caso siempre ha definido este subgénero cinematográfico. Los admiradores de Elton John, Rudolf Nureyev y Oscar Wilde pueden respirar tranquilos. Además, rara vez se los ha retratado antes como almas solitarias en un mundo homófobo, algo que sin duda influyó en ese arte que ahora disfrutamos todos.