Los Premios Óscar 2022 en clave LGTB: El poder de… la masculinidad tóxica (¡y de Ariana DeBose!)
Conforme se desarrollaba la Oscar Race, todo indicaba que El poder del perro se convertiría en la segunda película LGTBIQ ganadora del Óscar (la primera fue Moonlight, de Barry Jenkins, un triunfo justísimo que muchos siguen empeñados en rebatir). A fin de cuentas, favoritas tempranas como Belfast, de Kenneth Branagh, o West Side Story, de Steven Spielberg, habían ido perdiendo puntos. Sin embargo, el inesperado triunfo de CODA, de Sian Heder, en el SAG disparó las alarmas y su posterior victoria en el PGA, único premio elegido por el mismo sistema que el Óscar principal (voto preferencial) confirmó nuestros peores temores.
Y es que El poder del perro tiene muchos admiradores, sí, pero también muchos detractores. O, peor, gente que ni la entiende ni se molesta en entenderla (para callar a quien la llama aburrida suele bastar como preguntarle cómo acaba). Como consecuencia de esa falta de comprensión, que no es más que falta de atención (casi todo el mundo la vio en Netflix, con el móvil en la mano y la mente en otro lado), se la ha tachado injustamente de fría, tal y como se hizo en su día con Carol, la obra maestra lésbica de Todd Haynes.
A diferencia de Carol, El poder del perro arrasó en las nominaciones, colándose en todas las categorías donde se la esperaba y hasta algunas más: película, dirección (Jane Campion), guion adaptado (Jane Campion), actor (Benedict Cumberbatch, previamente nominado por otra cinta LGTBIQ: The Imitation Game, 2014), actor de reparto (Kodi Smit-McPhee y, ¡sorpresa!, Jesse Plemons), actriz de reparto (Kirsten Dunst, nunca antes nominada), montaje (Peter Sciberras), fotografía (Ari Wegner, que podría y debería haber sido la primera mujer en ganar ahí), música (Joony Greenwood), sonido (Richard Flynn, Robert Mackenzie y Tara Webb) y diseño de producción (Grant Major y Amber Richards). Doce. O sea, una más de las obtenidas en los Premios Apolo de cine LGTBIQ de este espacio [ver nominaciones].
Sin embargo, terminó perdiendo todas menos una, la única que parecía clara desde el Festival de Venecia: mejor dirección para la gran Jane Campion, convertida así en la tercera mujer ganadora de este Óscar, así como en la segunda que aspira al mismo dos veces (la primera fue en 1993 con El piano). Los demás se le escaparon, a menudo por motivos absurdos, siendo especialmente llamativo el triunfo de Will Smith por encima de Benedict Cumberbatch, y no solo porque el popular actor está bastante peor en El método Williams, sino porque precisamente representa esa masculinidad tóxica que critica El poder del perro, tanto en pantalla como en la vida real. El dramático discurso de aceptación del premio de Smith, concedido poco después de dar un buen tortazo a Chris Rock por un chiste (muy) desafortunado, fue visto por muchos como algo tremendamente emotivo y sin embargo no dejaba de retratar al clásico maltratador que recurre a los puños como principal argumento sin que nadie ose decir nada.
Otro actor que estaba mil veces mejor que Smith era Andrew Garfield en tick, tick… BOOM!, musical sobre el creador de Rent dirigido por Lin-Manuel Miranda que empezó sonando fuerte para muchas categorías y terminó relegado a dos: esa y mejor montaje (Myron Kerstein y Andrew Weisblum), la cual debería haber ganado. Además de emotiva y divertida, la película ofrece un bonito mensaje LGTBIQ en torno al personaje de Robin de Jesus, que está perfecto y podría haber sido nominado también de haber contado con algo más de tiempo en pantalla. Garfield, por cierto, es la antítesis de Smith y hasta posó en la alfombra roja con Jamie Dornan con total naturalidad.
En el apartado de actriz principal hubo más suerte, aunque ahí era fácil, porque las cinco candidatas eran estupendas. La ganadora, por fin, fue Jessica Chastain por la irregular Los ojos de Tammy Faye, donde encarna a un personaje muy comprometido que fue, sin embargo, uno de los primeros grandes aliados de la comunidad LGTBIQ, abrazando a los enfermos de sida con un calor humano del que la mayoría carecía en los años 80. El trabajo de la actriz lo tenía todo para ganar, pues fusiona la clásica transformación hollywoodiense con una profundidad psicológica fascinante, y hasta llevó al triunfo también al equipo de maquillaje y peluquería: Linda Dowds, Stephanie Ingram y Justine Raleigh. Irónicamente, ese era uno de los galardones que sí merecía Dune, de Denis Villeneuve, que ganó sin embargo otros (excesivos) seis.
Entre la competencia de Chastain, cuyo discurso se centró en la marginación que sufren las personas LGTBIQ y en cómo a menudo eso las lleva al suicidio, estaba nuestra Penélope Cruz como la protagonista bisexual de Madres paralelas, del gran Pedro Almodóvar, quien por cierto ha sido uno de los pocos en posicionarse abiertamente contra la actitud de Smith. Este melodrama, que también fue nominado en el apartado musical gracias al magnífico trabajo de Alberto Iglesias, ha gustado mucho más en Estados Unidos que en España, quizá porque allí no son tan conscientes de lo mal ligados que están sus temas, hasta el punto de que Cruz subió mucho en las encuestas a última hora. También estaba nominada Kristen Stewart, uno de los grandes iconos LGTBIQ del momento (¡pronto se casará con Dylan Meyer!).
Stewart fue la favorita al Óscar durante meses y sin embargo al final se temió incluso por su nominación, con lo que esta en sí era un premio. Si hubiera ganado, habría sido la primera persona en hacerlo siendo abiertamente LGTBIQ (Jodie Foster y otros tantos ganaron desde el armario), pero, dada la tibia recepción de Spencer, era casi imposible. Sin embargo, tuvimos récord, pues el Óscar a mejor actriz de reparto fue a manos de Ariana DeBose, también LGTBIQ (se define como queer y posó en la alfombra roja con su novia, la diseñadora Sue Makkoo), por su hipnótico trabajo en West Side Story. La joven, a quien vimos el año pasado en The Prom, es además la primera mujer latina oscarizada desde Rita Moreno, que lo fue hace cincuenta años por el mismo papel en la primera adaptación del musical. Cabe destacar además que entre los cambios introducidos por la versión de Spielberg está el personaje trans de iris menas (sí, prefiere minúsculas), intérprete de género no binario que nos ha dado el primer hombre trans del cine comercial, aunque en clave muy secundaria.
Hablando de hombres trans pioneros, qué maravilloso fue ver a Elliot Page en el escenario, en una de sus primeras apariciones públicas desde que hizo la transición. Y además para recordar Juno (2007), su papel más icónico (como una mujer embarazada, irónicamente). Entre la larga lista de presentadores hay que destacar a las dos mujeres encargadas de entregar el Óscar principal: Liza Minnelli, protagonista del musical LGTBIQ Cabaret (que hace 50 años se convirtió en la película con más estatuillas que no recoge la principal, récord que aún mantiene), muy enferma, y la abiertamente bisexual Lady Gaga, que supo acompañarla con sumo tacto, cediéndole en todo momento el protagonismo, con la honestidad y la humanidad que precisamente le faltaron tanto en la esperpéntica La casa Gucci como en su fallida campaña por la nominación.
Volviendo al palmarés, qué conservador, qué cobarde y qué decepcionante. No me corresponde analizarlo en este espacio, pero sí debo decir que podría haber sido aún peor: El poder del perro es la primera película que gana únicamente el Óscar de dirección desde El graduado (1967), sí, pero es que podría haberse quedado a cero, lo que habría supuesto un récord nada gracioso. Además, hay que dar gracias por que una película tan descaradamente machista, homófoba y racista como el Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson se fuera de vacío (probablemente no hubiera maldad alguna en el despliegue de tópicos con el que aborda a sus tres personajes gais, por ejemplo, pero las intenciones no lo son todo en esta vida).
En fin, cerremos con algo más agradable: aunque finalmente no ganó ninguno, Flee, el bello documental animado de Jonas Poher Rasmussen sobre un refugiado afgano gay, es la primera producción nominada conjuntamente a los Oscars a mejor película de animación, internacional y documental. Y qué bonitos fueron los discursos de Chastain y DeBose y qué bien nos habrían venido hace unos años, cuando parecía que las personas LGTBIQ estábamos completamente solas. Lo mismo puede decirse de Troy Kotsur con respecto a la representación de la comunidad sorda. Da gusto ver que las nuevas generaciones tienen referentes así, incluso cuando resulta agridulce pensar en todas las que tanto los necesitaron y no los tuvieron.