Penélope Cruz, nueva reina del cine LGTBIQ: críticas de «L’immensità», «Competencia Oficial», «Madres paralelas» y «Dolor y gloria»
Sea por su amistad con Pedro Almodóvar o sencillamente por conciencia social, Penélope Cruz se ha convertido en la nueva reina del cine LGTBIQ, tal y como muestran varias de las películas que ha iluminado con su presencia últimamente.
Emanuele Crialese retrata en L’immensità (2022), recién estrenada en salas comerciales, su infancia como niño trans y su relación con su madre, a la que da vida una Penélope Cruz harto luminosa a pesar de la tristeza que acompaña a su personaje. La ambientación setentera es exquisita y la realización, muy interesante, pero sorprende que, siendo el propio Crialese un hombre trans, haya optado por una actriz cis para encarnar al personaje que lo representa. La jovencísima Luana Giuliani está correcta, pero no termina de resultar creíble, lastrada además por un guion algo superficial que, como el propio cartel, se centra demasiado en la madre. Pero, claro, con una madre como Cruz, cómo no hacerlo.
Competencia oficial (2021) es otro triunfo de Gastón Duprat y Mariano Cohn, creadores de El ciudadano ilustre (2016). Una divertidísima, y muy inteligente, crítica al mundo del cine, amparada en un irresistible estilismo modernista. Antonio Banderas y el argentino Óscar Martínez están estupendos, pero lo de Penélope Cruz es de otro planeta (y totalmente distinto a toda su carrera): una cineasta bisexual de armas tomar y explosiva imagen que, con permiso de En los márgenes, debería valerle todos los premios patrios de la temporada.
La película que valió a Penélope Cruz la Copa Volpi del Festival de Venecia y la cuarta nominación al Oscar, Madres paralelas (2021), no podría ser más irregular: la interpretación de la actriz, las simpáticas apariciones de Aitana Sánchez-Gijón y la música de Alberto Iglesias son magníficas, pero el guion quiere ser demasiadas cosas y termina quedándose a medias. El inesperado romance LGTBIQ, por ejemplo, resulta muy poco creíble, y eso que se agradece la valentía de Pedro Almodóvar a la hora de introducir ese y otros temas arriesgados, incluyendo, claro está, la memoria histórica, que se adelantó a la reciente ley antifranquista.
Por su parte, Dolor y gloria(2019) entrelaza dos momentos de la vida de Salvador Mallo, al que da vida el debutante Asier Flores en su etapa infantil, en unos años 60 de descubrimiento, y un magnífico Antonio Banderas en su etapa adulta en los 80, cuando ya es un cineasta retirado afligido tanto por el dolor físico como por el que acarrea su memoria, invadida por su abnegada madre (extraordinaria Penélope Cruz, capaz de pasar por pueblerina sin perder un ápice de brillo estelar) y el irresistible albañil que hizo brotar su primer deseo (César Vicente). El modo en que Pedro Almodóvar plasma tan poéticos recuerdos, acontecidos en una envolvente cueva que sirve de emblema del tesón español, es emocionante tanto por la maestría de la puesta en escena como por la sutileza con que quedan plasmados los misterios del alma humana. El presente (que, para nosotros, también es pasado) es más artificioso, sin que ello sea negativo, con Asier Etxeandia, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano y Nora Navas gestionando de maravilla el naturalismo melodramático que caracteriza al realizador manchego.
Cuatro películas muy diferentes entre sí, con sus luces y sus sombras, pero unidas por su interés LGTBIQ y, sobre todo, la inmensidad de Penélope Cruz, una actriz que sencillamente engrandece el séptimo arte.